UN TRATADO SOBRE EL ANCIANATO
escrito por J.W.MacGarvey,
publicado originalmente en
Apostolic Times en 1870
INTRODUCCIÓN
¿Prescribe el Nuevo Testamento un modo de gobierno para la iglesia? Protestantes han comúnmente respondido a esta pregunta en lo negativo; y habiendo así respondido, han procedido a adoptar tales modos de gobierno que mejor se adaptan al gusto y juicio de los varios partidos en los cuales estaban divididos. Pensamos que antes de proceder hasta aquí, hubieran considerado la pregunta más fundamental: ¿Siquiera autoriza el Nuevo Testamento algún tipo de gobierno en la iglesia? Si no, entonces cada modo de gobierno de iglesia es una usurpación. Es enteramente seguro que sin autoridad divina, ningún ser humano tiene el derecho de controlar la conducta religiosa de su prójimo, especialmente para cortar a su prójimo de la membresía de la iglesia o de los privilegios adjuntos a eso.
Pero nadie niega que el Nuevo Testamento autoriza el ejercicio de un gobierno en la iglesia, tan sólo niegan que se prescribe un modo de gobierno. Aún, muchos admiten que cierto modo de gobierno existía en la edad apostólica, mas niegan que este modo debería de ser perpetuo.
No es el propósito de este tratado el abordar esta pregunta plenamente, ni de exhibir en detalle el modo Neotestamentario de gobierno de iglesia, sino que el tema que hemos elegido asume la existencia de ancianos en la iglesia y el desarrollo de ello necesariamente involucrará la solución de la pregunta más fundamental mencionada arriba. Si fuere afirmado que algún modo de gobierno de iglesia es divinamente indicado, parecería una circunstancia bastante singular si el modo de gobierno no es indicado. Más allá, si encontramos un modo de gobierno en existencia en las iglesias apostólicas, demandaremos algo más que el mero juicio o experiencia humana para justificar un abandono de ello, o aún una modificación de ello. Nada menos que la misma autoridad que la instituyó puede abolirla. Lo que Dios ha instituido, sólo él puede abolir. Puede abolir por su palabra, o puede abolir por providencia dejando imposible lo que una vez fue instituido, pero a menos que haya sido abolido, cada cargo divino debe existir por siempre.
CAPÍTULO 1:
EL ANCIANATO, ¿EXISTE TAL OFICIO?
Después de las declaraciones preliminares mencionados en la introducción, procedemos a preguntar, ¿existe tal oficio de ancianos en la iglesia?
La versión común en inglés del Nuevo Testamento no contiene el término “ancianato”, pero sí el término presbuterion en el original, el cual debe ser traducido así. Se requiere esto para que todo sea uniforme, pues el adjetivo (sic. Sustantivo) presbuteros uniformemente se traduce anciano, y la única prestación de presbuterion que armoniza con esto es “ancianato”. Este término debe ocurrir tres veces en el Testamento en inglés, dos veces en referencia al Sanhedrín judío y una vez en referencia a los ancianos de la iglesia (Lucas 22:66; Hechos 22:5; 1 Timoteo 4:14). En este último pasaje nuestra versión en Inglés tiene el término “presbiterio”, el cual es la palabra Griega inglesada, y es el equivalente exacto de “ancianato”. El cuerpo organizado así, como el término mismo indica, fue compuesto de los ancianos individuales de la iglesia mencionada.
Pero ¿por qué debemos argumentar una proposición que la gente no niega?
Es indiscutible que hubo un cuerpo de hombres en las iglesias primitivas llamados ancianos, y que todos los que se hallaban en una congregación constituían el cuerpo de ancianos de esa congregación.
Se han encontrado individuos que admiten todo esto y que admiten además que debe haber un cuerpo de ancianos en las iglesias de todas la edades, que también atribuyen a los ancianos de iglesias modernas todas las funciones que le pertenecían a los de la edad primitiva, pero que rechazan la idea que el término de anciano designe algún oficio o que los ancianos son oficiales apropiadamente establecidos. Niegan, en efecto, la existencia del oficio en la iglesia y que uno pudiese usar el término “trabajo” donde ahora comúnmente se emplea el término “oficio”. Consideramos la distinción como una entre palabras en vez de ideas, pues una persona de un cuerpo de hombres a quien se le asigna un trabajo por el cuerpo es un oficial de ese cuerpo, en el sentido completo del término. Si, por lo tanto, logramos, en el curso de nuestra investigación, comprobar que a los ancianos de la iglesia se le ha cargado con la ejecución de deberes públicos asignados a ellos por sus hermanos, sabremos que tienen derecho a tomar el nombre de oficial. Si, después de esto, cualquiera prefiere no llamarles oficiales, al mismo tiempo reconociendo todas las funciones con las que han sido cargados, no nos importa tener una guerra sobre palabras con tales personas.
CAPÍTULO 2:
TÍTULOS DEL OFICIO
El término “ancianato” denota el oficio de un anciano. Esta afirmación se comprobará al confirmar que un anciano es un oficial. La terminación –ato agregado al título de un oficial, tal como “comisariato”, “caballerato”, “compatronato”,” diaconato”, “tribunato”, indica un oficio.
Pero hay algunos que rechazan que el término anciano se utiliza en el Nuevo Testamento en un sentido oficial. Sostienen que siempre indica una persona mayor en edad y que el ancianato de una iglesia consiste de los hombres mayores de la iglesia. Ahora probaremos qué tan correcto es esta suposición y determinaremos si se utiliza anciano como un título oficial.
Es muy conocido que el término anciano es un adjetivo en el grado comparativo, y que su significado principal es de ser mayor. Cuando se utiliza como sustantivo, significa una persona mayor. Lo mismo es cierto de su representativo griego, presbuteros. También es muy conocido que muchas palabras tienen, en adición a su significado principal, un significado técnico u oficial. Por ejemplo, el adjetivo familiar de general a veces se usa como el título de un oficial militar. Lo mismo puede ser en el caso del término anciano. Si lo es o no queda aún por determinarse, ya que la misma cuestión se determina en referencia a estas otras palabras: por uso. Ahora examinaremos su uso Nuevo testamentario suficientemente para resolver esta cuestión.
La siguiente declaración se hace referente a Pablo y Bernabé mientras estaban en su primer viaje misionero: «Después que les designaron ancianos en cada iglesia, habiendo orado con ayunos, los encomendaron al Señor en quien habían creído.» Hechos 14:23. El término aquí traducido como designaron es cheirotoneo. Está compuesto de cheir, la mano, y teino, estrechar, y su significado principal es el de estrechar la mano. Pero del hecho de que cuerpos de hombres frecuentemente expresaban una elección por elevación de la mano, adquirió el significado de elegir o designar por extensión de la mano; y finalmente llegó a significar el designar sin referencia al método de designio. Tal es el testimonio de eruditos, y se confirma por el uso del término. Tan sólo ocurre en un lugar más del Nuevo Testamento, donde es dicho de un hermano anónimo a quién Pablo envió a Corinto con Tito, que él «ha sido designado por las iglesias» 2 Corintios 8:19. Cómo las iglesias lo eligen, sea por una muestra de manos o de alguna otra manera, no es determinado por este término ni por el contexto. Otra instancia de su uso se encuentro en Josefo. Él presenta a Alejandro Balas, el rey de Siria que proclamó su jurisdicción sobre Judea, habiéndole escrito a Jonatán, el hermano de Judas Macabeo, estas palabras: «Por lo tanto, os ordenamos este día sumo sacerdote sobre los judíos». Aquí no hubo un estrechar de mano, sino que una designación a un oficio por un individuo y por carta como instrumento. Más clara prueba de la definición que la que hemos dado no podría ser demandada.
Substituyendo esta definición por el término ordenó en el pasaje que estamos considerando, leemos que Pablo y Bernabé “designaron” para ellos ancianos en cada iglesia. Estos anciano, entonces, fueron hechos por nombramiento; pero Pablo y Bernabé de seguro no hicieron a hombres mayores por designación, ni tendría mucho sentido si leyera, «Designaron para ellos hombres en cada iglesia.» Para completamente tener sentido, sería necesario agregar el oficio o la posición a la que los hombres mayores fueron nombrados. Las consideraciones muestran que el término aquí usado no es su sentido principal, sino que el sentido que designa una posición obtenida por nombramiento. Pero un nombramiento pone a hombres en un oficio y por lo tanto anciano es el título oficial encargado por este nombramiento. El proceso de nombramiento será considerado en otra parte de este tratado.
La misma conclusión prosigue de la declaración de Pablo a Tito: «Por esta causa te dejé en Creta, para que pusieras en orden lo que queda, y designaras ancianos en cada ciudad como te mandé.» Timoteo 1:5. El término aquí traducido como designar es kathisteemi, la palabra griega más comúnmente usado tanto en el Nuevo Testamento como en la versión griega del Antiguo Testamento para designar un oficio. Es utilizado para expresar la designación de José como gobernador sobre Egipto, y de los otros oficiales bajo él (Génesis 41:33-34; Hechos 7:10); para la designación de David como gobernante de Israel (2 Samuel 6:21); para la designación de supervisores sobre siervos domésticos (Mateo 24:45); de un juez en jurisprudencia (Éxodo 2:14; Hechos 7:27); y de sumos sacerdotes judíos (Hebreos 5:1; 8:3).
Ahora, el hecho de que este término tan frecuentemente expresaba la idea de una designación a un oficio no necesariamente prueba que tienen este significado en cualquier pasaje. Si lo es o no se determina por contexto, y debemos siempre probar su significado principal primero. Su significado principal es el de establecer o poner localmente. Se usa así dos veces en el Nuevo Testamento, Hechos 17:5; Santiago 3:6. Pero Pablo no pudo haber querido decir que Tito debía establecer o poner a ancianos en cada iglesia. No habría buen sentido en tal traducción y por lo tanto, el segundo sentido debe ser adoptado. Con el consentimiento universal de eruditos y críticos, lo traducimos designar. Tito, entonces, debía designar ancianos en cada ciudad, y el término ancianos designa el oficio al cual fueron designados.
Ahora consideraremos como establecido el hecho que el término anciano a veces se usa en el Nuevo Testamento como un título oficial. En este hecho encontramos más evidencia de nuestra proposición, que existe tal oficio en la iglesia como el ancianato. Encontraremos, conforme procedemos, aún más confirmación de ambas de estas conclusiones. Entre tanto, debemos prescribir una regla por la cual distinguir entre aquellas instancias en las cuales el término anciano se usa en su sentido principal y aquellos en los que tiene un sentido oficial. La ley del contexto, la primera gran ley para comprobar el significado de términos ambiguos, debe ser nuestra guía. Cuando el contexto indica que una comparación de edad era lo que quería decir el escritor, debemos dar al término su sentido principal de anciano; pero cuando el contexto muestra que las personas mencionadas sostienen una relación oficial a la iglesia, debe ser entendido en su sentido oficial. En casi todas las instancias se ve la distinción; en unas pocas, el significado es un poco impreciso. Veremos y conoceremos más de estas instancias mientras procedemos con la discusión.
El segundo título de este oficio que consideraremos es expresado por la palabra griega episcopee, traducido en la versión de inglés una vez como “obispado” y una vez como el oficio de “obispo”. Es derivado del verbo episcopeo, cuyo significado principal es el mirar, pero en su uso conlleva la idea de mirar con la intención de inspeccionar o controlar. El sustantivo episcopee, por lo tanto, significa inspección o supervisión; y del hecho que el visitar muchas veces se hace con el propósito de inspeccionar, a veces se traduce como visitación. Las visitaciones de Dios a veces eran para bien y a veces para mal para el partido visitado, y este término se usa en ambos casos. Véase Lucas 19:44; Isaías 10:3 (Septuaginto).
También tenemos, de la misma raíz, el sustantivo masculino episcopos, que significa el hombre que lleva a cabo el acto designado por episcopeo, y es mejor representado en inglés como “supervisor”. El término Obispo, a lo cual es más comúnmente traducido en la versión común, es objetable por dos razones: primero, no corresponde al significado original; segundo, conlleva un significado a la mayoría de lectores que no está en la palabra original. Supervisor corresponde al significado original, tanto en etimología como en significado presente, y es la única palabra que hace eso. Debería, por lo tanto, ser adoptado a la versión en español, y a la conversación de aquellos que llamarían a cosas bíblicas por sus nombres bíblicos.
Ahora, no se pretende para ninguno de estos sustantivos que en su sentido principal se refiera a un oficio en la iglesia; pues principalmente, ninguno tiene alusión a la iglesia. Pero si se reivindica que, como con el término ancianía, adquirieron un sentido apropiado, uno de ellos llegando a ser el título de un oficial de la iglesia, y el otro el nombre de su oficio. La evidencia de esto ahora presentaremos; y rogamos al lector recordar, a menos de que se canse de estas consultas inútiles, que ahora estamos hablando de este tema como si nada se conociera sobre ello, y por eso no debemos tomar nada por dado. También resulta que sabemos que hay necesidad práctica para esta parte de nuestro estudio.
CAPÍTULO 3:
LOS TÍTULOS EXPLICADOS
1. El término episcopos, supervisor, se usa como término equivalente al de anciano en su sentido oficial. Queda claro al ver el uso de ambos términos en el capítulo 20 de Hechos. Lucas dice que desde Mileto Pablo envió mensaje a Éfeso y llamó a los ancianos de la iglesia. Aquí, de acuerdo a la regla establecida, los ancianos de la iglesia deben ser, no hombres de edad, sino que aquellos llamados al oficio de anciano. Pero Pablo le dice a estos ancianos, «Tened cuidado de vosotros y de toda la grey, en medio de la cual el Espíritu Santo os ha hecho obispos para pastorear la iglesia de Dios.» Los ancianos, entonces, y los supervisores de la iglesia en Éfeso eran las mismas personas, y supervisores no es nada más que otro título por el cual eran conocidos. Es más, fueron nombrados supervisores por el Espíritu Santo, lo cual implica que por algún proceso dirigido por el Espíritu Santo, habían sido puestos formalmente en esa posición. Esto corresponde a la designación por el cual hemos visto que personas llegan a el ancianato, y es suficiente para establecer la presunción que fueron hechos supervisores por la misma designación que les hizo ancianos.
Tenemos más evidencia de este uso del término en la carta a Tito. Pablo dice, «Por esta causa te dejé en Creta, para que pusieras en orden lo que queda, y designaras ancianos en cada ciudad como te mandé, esto es, si alguno es irreprensible» (y siguiente); y luego agrega, «porque el obispo debe ser irreprensible». Ahora, el hecho que un obispo (o supervisor) debe ser irreprensible, no podría ser razón por la cual una persona irreprensible debe ser designado como anciano a no ser que un anciano es lo mismo que un supervisor. Es lo mismo como si yo dijese a una sociedad literaria de estudiantes, «Designen a un presidente de su sociedad; si alguno estuviere familiarizado con las reglas parlamentarias; pues el ejecutivo de tal sociedad debe estar familiarizado con estas reglas.» Ahora, en este ejemplo, aunque una persona no supiera más de la palabra ejecutivo que su etimología indica (el que ejecuta) no podría fallar en ver que el término es usado como otro título para el presidente de la sociedad. Es igualmente claro en el caso ante nosotros, que Pablo usa el término obispo (supervisor) como otro título para aquel que es llamado anciano.
2. El término episcopee se utiliza para designar la posición ocupada por los episcopos, o supervisores. Esto se ve en 1 Timoteo 3:1-2. Pablo dice, «Si alguno aspira al cargo de obispo, buena obra desea hacer. Un obispo debe ser, pues, irreprochable.» (etc.) Aquí es claro que aquel que desea episcope, desea ser episcopos. Si espiscopos es supervisor, entonces episcopee debe ser la posición de un supervisor; ¿y qué llamaremos a esta posición en español? El Sr. Green lo traduce, «un puesto de supervisión», que no es una mala expresión del significado. Lo traduce de la misma manera en Hechos 1:20. «Que otro tome su puesto de supervisión.» Yo prefiero solo usar la palabra supervisión, porque es más corto y más parecido al término correlativo supervisor. Sea cual sea la expresión, sin embargo, la idea sigue igual, y el término designa el oficio tenido por un supervisor.
Algunos aquí objetan que no debemos llamar a la supervisión un oficio, porque Pablo en este pasaje expresamente lo llama una obra: «Si alguno aspira al cargo de obispo, buena obra desea hacer». Sin duda, es una obra, al igual que cada oficio tanto en la iglesia o estado, a menos de ser meramente una sinecura. El hecho que sea una obra no lo hace menos de un oficio. Si el presidente de los Estados Unidos dijese, «Aquel que desea una misión en el extranjero desea una obra pesada», no se entendería del término obra que una misión en el extranjero no es un oficio.
La conclusión, por lo tanto, que naturalmente y necesariamente sale de estos pasajes de la Escritura será confirmada mientras desarrollamos las funciones del oficio. Encontraremos que los ancianos o supervisores de la iglesia son cargados con tales deberes y se les es confiada tal autoridad que les hace oficiales de la iglesia en el sentido más pleno del término.
Antes de dejar esta rama de este tema, debemos notar otra pregunta que ha causado confusión en algunas mentes. Se ha presumido que los ancianos constituyen una clase de la cual los supervisores (u obispos) son elegidos; los ancianos siendo los hombres mayores de la iglesia y los obispos los oficiales. Ya hemos respondido a esta pregunta al mostrar que el término ancianos se utiliza en un sentido oficial para designar las mismas personas como obispos. Los ancianos de la iglesia en Éfeso cayeron todos bajo el término obispos (o supervisores); pues, como hemos visto, los ancianos y no meramente una porción de ellos fueron hechos supervisores.
El tercer y último título que notaremos es pastor. Este término, en su forma sustantiva, es usado tan sólo una vez en el Nuevo Testamento con referencia a oficiales de la iglesia. Está en el pasaje bien conocido, Efesios 4:11, donde pastores son enumerados entre los dones otorgados a la Iglesia por Cristo. La evidencia que este término designa supervisores, obispos o ancianos es conclusiva, y puede ser brevemente mencionado. El término griego para pastor es poimeen, y el verbo poimaino significa hacer el trabajo de un pastor. Ahora, aquel al que se aplica el verbo es un pastor, tal como aquel que siembra es sembrador, aquel que cosecha es cosechador, aquel que habla es hablador, aquel que canta es cantante, etc. Pero Pablo exhorta a los obispos en Éfeso a «pastorear la iglesia», Hechos 20:28; y Pedro exhorta a los ancianos de las iglesias a las que escribe, «pastoread el rebaño de Dios entre vosotros,» y promete que cuando el «príncipe de los pastores» aparezca, recibirán una corona de gloria. Entonces ellos eran pastores y Cristo el príncipe de los pastores.
El término pastor, derivado del latín, entró en uso común por la influencia de la versión Vulgata de las Escrituras. . . . El término pastor ha sido pervertido por uso sectario y designa en fraseología popular un oficio enteramente diferente al que es aplicado en las Escrituras. Ha llegado a ser sinónimo para un predicador establecido, y muchas veces es usado para el propósito de distinguir al predicador de aquellos quienes, según las Escrituras, deberían ser llamados pastores de la iglesia. Puede que sea imposible recuperar el término de este abuso, así que mejor deshacerse de ella.
CAPÍTULO 4:
DEBERES DEL OFICIO
El título de un oficio muchas veces se deriva de algún deber característico perteneciente a él. Así que el título presidente se deriva del acto de presidir; secretario del acto de escribir; auditor (oyente) del acto de escuchar reportes de contabilidad. En tales casos, la información derivada del título generalmente es poca. Sin embargo, en algunas instancias, oficios recién creados adoptan títulos de oficios previamente en existencia que son parecidos a ellos; y en tales instancias los títulos conllevan toda la significación, a excepción de las modificaciones creadas por la naturaleza del nuevo oficio. Así, el término presidente, que al principio significaba uno que preside sobre una asamblea e impone orden en sus procedimientos, al ser transferido al jefe magistrado de los Estados Unidos, conllevaba la parte principal de su significado previo. Ahora, sucede que todos los títulos por el cual el anciano de una iglesia es conocido fueron adoptados de oficios previamente en existencia, y traían consigo a la nueva aplicación mucho del significado previo. Ese significado nos ayudará, por lo tanto, a obtener una idea general de los deberes del oficio, y de mejor apreciar las declaraciones más específicas de los apóstoles (que serán considerados después).
El título anciano, que es el que con más frecuencia usaron los apóstoles y que aún es el más popular de estos títulos, obtuvo un significado oficial entre los judíos muy antes de ser adoptado a la iglesia cristiana. Originalmente designaba a hombres de edad mayor o cabezas de familia que ejercían un gobierno patriarcal sobre su posteridad: véase Éxodo 4:29; 19:7. En los días de Cristo, se había convertido en el título de los gobernantes de las sinagogas judías, y una de las clases de las que se componía de Sanedrín. Información confiable en referencia a las funciones del oficio entre los judíos es poca; pero suficiente para justificar la afirmación que los que disfrutaban del título ejercían autoridad en alguna capacidad. Así que, cuando fue adoptado a la iglesia cristiana, trajo con él por lo menos esta idea general, que aquellos a quienes se les aplicaba eran gobernantes de la iglesia. La naturaleza exacta y los límites de su autoridad no podría, por supuesto, designar.
El término epsicopos* trajo consigo un significado más definido, y presenta más información definitiva en referencia a los deberes del oficio. Entre los atenienses era el título de «magisterios enviados a ciudades tributarias, para organizar y gobernarlas». (Véase Robinson’s N. T. Lexicon, y referencias ahí dadas.) Entre los judíos realmente tenía esa variedad de aplicación que el término supervisor ahora tiene en español. Se usa en el Septuaginto para los oficiales designados por Josías para supervisar a los trabajadores que reparaban el templo, 2 Crónicas 34:12, 17; para los supervisores de los trabajadores empleados para reconstruir Jerusalén tras el cautiverio, Nehemías 11:5, 14; para los supervisores de los levitas obrando en Jerusalén, Nehemías 11:22; para los supervisores de los cantantes en la adoración en el templo, Nehemías 12:42; y para los gobernantes civiles subordinados, Jos. Ant. 10. 4. 2 (Flavio Josefo, en su volumen Antigüedades). En todas estas instancias designa personas que supervisan a otros para el propósito de dirigir sus labores y asegurar un rendimiento fiel de los trabajos asignados.
Cuando se aplicaba tal palabra a una clase de oficiales en la iglesia cristiana, necesariamente conllevaba el significado ya conectado a él. Indicaba, tanto a judíos como a griegos, que las personas presentadas habían sido designadas para supervisar los asuntos de la iglesia, para dirigir las actividades de los miembros, para ver que todo lo que se hacía fuera hecho y que fuera hecho por la persona indicada, al momento indicado, de la forma correcta. Cualquier cosa menor a esto sería insuficiente para justificar el título de supervisor de la manera en que se empleaba en ese tiempo. Los detalles del proceso por el cual todo esto llegaba a suceder aparecerán conforme avanzamos.
El título pastor es aún más significante que cualquiera de los otros dos. El pastor judío era, a la vez, el gobernante, guía, protector y compañero de su rebaño. Muchas veces, como los pastores a los cuales el ángel anunció las buenas nuevas de gran gozo, dormía en el suelo al lado de sus ovejas en la noche. A veces, cuando lobos se acercaban para desgarrar y esparcir el rebaño, su valentía era probada, Juan 10:12; y aún el león y el oso en edades tempranas se levantaban en contra del valiente defensor de las ovejas, 1 Samuel 17:34-36. Él no los empujaba hacia el agua ni a pastos, sino que les llamaba a sus ovejas por nombre, tan familiar estaba con cada uno de ellos, y les guiaba, iba por delante de ellos y las ovejas le seguían, pues conocían su voz, Juan 10:3-4.
Una relación tan autoritaria y a la vez tan tierna como esta no fallaba en encontrar un lugar en la poesía de los profetas hebreos y las parábolas del Hijo de Dios. El ojo poético de David detecta el parecido entre el cuidado que un pastor le brinda a su rebaño y el cuidado de Dios por Israel, y de forma más bella da expresión a ello en las líneas conocidas en toda casa, y admiradas en toda tierra:
«El SEÑOR es mi pastor, nada me faltará.
En lugares de verdes pastos me hace descansar;
junto a aguas de reposo me conduce.
El restaura mi alma; me guía por senderos de justicia por amor de su nombre.
Aunque pase por el valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno,
porque tú estás conmigo; tu vara y tu cayado me infunden aliento.» Salmo 23:1-4
La misma bella imagen la usa Isaías cuando, con ojo profético, ve al gran rey persa juntando a las ovejas esparcidas de Israel en la Babilonia distante, enviándolas de vuelta de su largo cautiverio. Exclama, a nombre del Señor, «El que dice de Ciro: “El es mi pastor, y él cumplirá todos mis deseos”, y dice de Jerusalén: “Será reedificada”, y al templo: “Serán echados tus cimientos.”» Isaías 44:28. Pero canta una nota aún más melodiosa con el mismo tema cuando prevé la vida y las labores del Hijo de Dios y exclama, «Como pastor apacentará su rebaño, en su brazo recogerá los corderos, y en su seno los llevará; guiará con cuidado a las recién paridas.» Isaías 40:11. El Salvador mismo hace eco de este sentimiento y dice, «Yo soy el buen pastor.» «Conozco mis ovejas y las mías me conocen.» «Doy mi vida por las ovejas.» Juan 10:14-15. Aun el menos-poético Pablo es tocado por la bella metáfora y hace una oración al «Dios de paz, que resucitó de entre los muertos a Jesús nuestro Señor, el gran Pastor de las ovejas mediante la sangre del pacto eterno.» Hebreos 13:20. Mientras que Pedro le dice a sus hermanos, «Pues vosotros andabais descarriados como ovejas, pero ahora habéis vuelto al Pastor y Guardián de vuestras almas.» 1 Pedro 2:25.
Una palabra tan altamente exaltada por las plumas de profetas y aún por los labios de Jesús casi parece demasiado sagrado como para representar la relación y las responsabilidades un labrador falto de inspiración en la causa de Dios. Pero aún antes de que la iglesia existiera, este término había sido consagrado a este uso, y era un favorito entre los profetas para designar a los líderes religiosos de Israel. Jeremías pronuncia aflicción sobre los pastores de su día que destruyeron y dispersaron a Israel, y predice el tiempo en que Dios traería las ovejas de vuelta al rebaño y ponerles pastores que serían pastores reales a ellos. Jeremías 23:1-4. La conexión muestra que la predicción se refiere a la era cristiana. Ezequiel habla en el mismo tema, y en pensamientos casi idénticos a los de Jeremías, excepto que en contraste con los pastores infieles de su era, dice: «Entonces pondré sobre ellas un solo pastor que las apacentará, mi siervo David; él las apacentará y será su pastor.» Ezequiel 34:23.
Su historia siendo tal, la palabra pastor entró a la terminología de la iglesia con un significado secundario claramente definido. Al ser aplicado a un título en la iglesia, necesariamente representa su sujeto como el gobernante, guía, protector y compañero de los miembros de la iglesia. Cuando Pablo y Pedro, por lo tanto, exhortaron a los ancianos a ser pastores para el rebaño de Dios, todas estas relaciones importantes y tiernas fueron indicadas por esa palabra.
Ya hemos tomado nota sobre esa concepción general de los deberes asignados a el ancianato, que se deriva del título aplicado al oficio. En confirmación de las conclusiones derivadas de esta palabra y la de supervisor, todas éstas se imponen sobre el anciano por expreso mandamiento.
En dos pasajes distintos que ya hemos mencionado (Hechos 20:28; 1 Pedro 5:2), a los ancianos se les exhorta ser pastores de la iglesia. Esta exhortación, o diré mandamiento apostólico, ha fallado en hacer su debida impresión sobre el lector de habla inglés, por causa de la traducción muy mala de poimaino en la versión King James. Ocurre once veces, y siete veces es traducida alimentar y cuatro veces gobernar. En conexión con la obra de la iglesia es traducida uniformemente alimentar. Sin duda los traductores intentaban con esta traducción el hacer de su versión algo inteligible para sus lectores de poca educación en Inglaterra y Escocia, donde poco se conoce sobre el trabajo de un pastor excepto el alimentar a las ovejas a través de los largos inviernos. Pero este intento a su adaptación ha llevado a un serio malentendido pues, hasta hoy día, y en América tanto como en Gran Bretaña, el término alimentar en estos pasajes ha sido entendido por las multitudes como una metáfora para enseñanza pública, y la obra en su totalidad que aquí se impone se supone que deber ser lograda cuando una prédica adecuada se le entrega a los santos el día del Señor. Tantos ancianos se han imaginado que la parte principal de su trabajo se logra cuando ha reunido el rebaño una vez a la semana, o puede aún que sea una vez al mes, y les da su porción regular de comida, cuando la comida entregada no es nada mejor que cáscaras vacías. Y muchos evangelistas, incorrectamente llamándose pastor, han labrado bajo el mismo error. Que sea notado, pues, y jamás olvidado, que el término utilizado en estos pasajes expresaba la obra entera de un pastor del cual alimentar rara la vez era una parte en el país de donde este uso del término originó. Los pastores de Judea y los de Asia Menor, soltaban sus ovejas al pasto a través del año entero. Su deber era guiarlos de lugar en lugar, protegerlos de animales salvajes y prevenir que se alejaran; pero no era alimentarlos.
El apóstol Pablo nos deja sin duda alguna de su propio uso del término en cuestión, pues después del mandamiento general de «pastorear a la iglesia», procede a distribuir la idea agregando estas palabras, «Sé que después de mi partida, vendrán lobos feroces entre vosotros que no perdonarán el rebaño, y que de entre vosotros mismos se levantarán algunos hablando cosas perversas para arrastrar a los discípulos tras ellos. Por tanto, estad alerta, recordando que por tres años, de noche y de día, no cesé de amonestar a cada uno con lágrimas.» Hechos 20:28-31. Aquí, continuando la metáfora del rebaño, da aviso a los pastores en contra de lobos voraces, que no son nada más que maestros de error quienes llegarían a Éfeso del extranjero, por ejemplo, como los que ya habían infestado las iglesias en Gálatas; y les manda a estar alertas. También predice que hombres de entre su propio número, como carneros revoltosos, se pararían y hablarían cosas perversas, buscando llevar consigo discípulos. Los pastores estaban ahí para vigilar en contra de éstos también, y tan pronto como se precavían de síntomas internos de tales movimientos, debían «amonestar a cada uno», «de día y de noche», tal como lo había hecho Pablo.
Así que aquí hay dos especificaciones bajo la idea genérica de actuar como pastor y son estrictamente análogas a la obra del pastor literal. Llega a ser el deber de el ancianato, primeramente, el proteger a la congregación en contra de maestros falsos de afuera; segundo, el cuidadosamente guardarla en contra de la influencia de cismáticos en la congregación; tercero, el mantenerse alerta, por dentro y por fuera, como un pastor vigilando su rebaño de día y de noche, con tal de estar siempre preparado para actuar a la primera señal de peligro en cualquier dirección.
El primero de estos deberes nuevamente es enfatizado en la epístola a Tito, donde Pablo requiere que los ancianos sean capaces de, por medio de enseñanzas sanas, tanto exhortar como condenar a los antagonistas. Y agrega: «Porque hay muchos rebeldes, habladores vanos y engañadores, especialmente los de la circuncisión, a quienes es preciso tapar la boca» Tito 1:9-11. El deber de vigilancia se menciona de nuevo, y de manera que muestra impresionantemente su suma importancia. Pablo dice, «Obedeced a vuestros pastores y sujetaos a ellos, porque ellos velan por vuestras almas, como quienes han de dar cuenta» Hebreos 13:17. Parece, basado en estas palabras, que el objetivo de la vigilancia obligatoria no sólo es para bloquear enseñanzas falsas y suprimir divisiones que surgen, sino para hacer esto a fin de salvar almas para que no se pierdan. Ese tesoro inestimable por el cual Jesús dio su vida está en peligro, y los ancianos de cada iglesia, como los pastores de cada rebaño, deben dar cuenta al dueño del rebaño por cada alma que se pierde. El trabajo de Jacob, de lo cual hablaba cuando le dijo a Labán, «No te traía lo despedazado por las fieras; yo cargaba con la pérdida. Tú lo demandabas de mi mano, tanto lo robado de día como lo robado de noche», es un verdadero símbolo del trabajo asignado a los pastores de la Iglesia de Dios (Génesis 31:39). Bien pueden exclamar, «Y para estas cosas ¿quién está capacitado?» (2 Corintios 2:16).
El deber de tomar supervisión se les impone a los ancianos en términos claros, y la expresión se usa como equivalente de tomar el rol de pastor. Pedro dice, «pastoread el rebaño de Dios entre vosotros, velando por él» 1 Pedro 5:2. El pensamiento esencial en supervisión, el de gobernar, frecuentemente es mandado. Pablo le dice a Timoteo, «Los ancianos que gobiernan bien sean considerados dignos de doble honor», 1 Timoteo 5:17. La palabra que aquí se traduce gobiernan en griego es proisteemi, cuyo significado etimológico es parar o colocar un objeto en frente de otro. Pero el hecho de que gobernadores se paran ante sus súbditos, con los ojos de los segundos mirando al primero para dirección, llevó al uso establecido de este término en el sentido de gobernar. Así se define en los léxicos, y así se utiliza tanto en griego clásico como helénico. Expresa la autoridad de un padre sobre su familia, 1 Timoteo 3:4-5, 12; de un deputado sobre un distrito, 1 Macabeo 5:15 (sic.); de un rey sobre sus súbditos, Jos Ant. 8:1, 2, 3, y de los ancianos sobre la iglesia, 1 Timoteo 5:17; 1 Tesalonisenses 5:12; Romanos 12:5-8. Con el uso de otra palabra griega, Pablo expresa en la epístola a los hebreos la misma idea general de gobernar. Dice: «Acordaos de vuestros guías que os hablaron la palabra de Dios, y considerando el resultado de su conducta, imitad su fe» (13:7), «Obedeced a vuestros pastores y sujetaos a ellos, porque ellos velan por vuestras almas, como quienes han de dar cuenta» (13:17), y de nuevo, «Saludad a todos vuestros pastores y a todos los santos» (13:24). El término que aquí se emplea, heegeomai, principalmente significa guiar. Cuando se aplica a la mente, significa pensar o suponer, porque esta acción mental guía a uno a una conclusión. Véase Hechos 26:2; Filipenses 2:3-6; et al. Pero el gerundio de este verbo llegó a ser usado en el sentido de un gobernante, porque un gobernante es aquel que guía. A veces hasta significa un líder en el sentido de un hombre principal, como cuando a Silas y a Judas se les llama «hombres prominentes entre los hermanos» Hechos 15:22. Cuando se expresa la idea de gobernar, el hecho es indicado en el contexto: e.g. Faraón a José «lo puso como gobernador (heegoumenon) sobre Egipto» (Hechos 7:10), donde la expresión «sobre Egipto» indica la relación de autoridad. Así que, en el segundo de los tres ejemplos que hemos hablado, los términos obedeced y sujetaos muestran que la relación de autoridad está siendo expresado y que la traducción del gerundio debe ser gobernadores o «aquellos que han gobernado».
Otro deber de el ancianato, distinta de lo mencionado previamente, es el de enseñanza. Por un error ya mencionado, muchos suponen que este deber es la obra principal indicada por el término pastor. Pero el único lugar donde el segundo término ocurre en la versión común en su sentido apropiado, se hace diferencia entre pastores y maestros. «Y El dio a algunos el ser apóstoles, a otros profetas, a otros evangelistas, a otros pastores y maestros». La distinción evidentemente hecha aquí entre pastores y maestros no necesariamente implica que siempre son personas diferentes; pues al igual que una persona puede ser un profeta y un evangelista, por la misma razón, así puede que sea tanto un pastor como un maestro. Mas la distinción nos muestra que uno puede que sea un maestro y no un pastor. Sin embargo, viendo otros pasajes sabemos que todos los pastores, más allá de los que implica su título, también son maestros. Hablando de sus calificaciones, Pablo dice que deben ser «apto para enseñar», 1 Timoteo 3:2; y que deben ser capaces «también de exhortar con sana doctrina y refutar a los que contradicen» Tito 1:9. Que debe tener la capacidad de enseñar necesariamente implica el deber de enseñanza.
CAPÍTULO 5:
CÓMO SER EJEMPLOS
Habiendo resaltado y explicado en términos generales los deberes del oficio, ahora nos preguntamos sobre la manera en la que se deben llevar a cabo estos deberes. Nos guiará esta pregunta a considerar, a más detalle, los deberes mismos, puesto que una parte esencial de cada deber es el método prescrito de llevarlo a cabo.
Habiendo juntado y puesto en un grupo al frente mío todas las especificaciones sobre el tema, me siento constreñido a reconocer que el primero de ellos es el requerimiento que los ancianos sean ejemplos a aquellos sobre quienes presiden. No tan solo se les requiere ser ejemplos, sino que ser ejemplo es un elemento esencial en la manera de ejecutar sus deberes oficiales. Pedro exhorta a los ancianos con estas palabras: «pastoread el rebaño de Dios entre vosotros, velando por él, no por obligación, sino voluntariamente, como quiere Dios; no por la avaricia del dinero, sino con sincero deseo, tampoco como teniendo señorío sobre los que os han sido confiados, sino demostrando ser ejemplos del rebaño» 1 Pedro 5:2-3. «Demostrando ser ejemplos del rebaño» es una de las especificaciones sobre la manera de supervisar. El apóstol Pablo indica lo mismo cuando, en el principio de sus admoniciones a los ancianos efesios, el cargo «tened cuidado de vosotros» precede el cargo de cuidar «toda la grey» Hechos 20:28. También eleva a los ancianos ante la hermandad como ejemplos a ser imitados cuando dice, «Acordaos de vuestros guías que os hablaron la palabra de Dios, y considerando el resultado de su conducta, imitad su fe.» Hebreos 13:7. Aquí a la fe se le considera en términos de su trabajo práctico en la conducta, y la palabra a veces traducida “seguir” en la versión de inglés significa, más estrictamente, “imitar”. Se les requiere a los discípulos que imiten en su comportamiento la fe de aquellos que reinan sobre ellos; y así, indirectamente pero con mucha fuerza, se les amonesta que su ejemplo sea digno de imitación. Ciertamente se asume como hecho (cuya evidencia no debe dudarse) que un ejemplo es presentado en las vidas de los ancianos.
Jesús enseña la misma idea bajo la figura de un pastor y su rebaño. Dice del pastor, «Cuando saca todas las suyas, va delante de ellas, y las ovejas lo siguen porque conocen su voz.» Juan 10:4. No hay empujones por detrás sino que constantemente guiar por el frente. Un pastor de Judea yendo frente a su rebaño y llamando a ellos con una voz que conocen y siempre siguen es una imagen inimitablemente bella del Gran Pastor mismo, y de todos los sub-pastores, guiando a sus rebaños hacia las puertas del cielo. Esa voz nunca dirigía a un camino que el pastor mismo no caminaba; aún si así fuera las ovejas no prestaría atención a eso sino que seguirían los pasos del pastor. ¡Qué terrible importancia tiene que esos pasos nunca varíen del camino estrecho y angosto!
Estas amonestaciones se expresan en términos generales y cubren todos los deberes de una vida cristiana. Ser ejemplos para el rebaño, ir por delante y llamar al rebaño a seguirle, es presentar un modelo no de tan sólo una sino de cada virtud. Ser digno de imitación en fe y comportamiento es estar libre de hábitos que deberían evitarse. ¿Nos contentaremos con la mención de estas generalidades o entraremos a detalle? Tal vez el anciano que lea esto pensará que la demandas sobre él son bastantes exactas aún en estos términos generales, pero al riesgo de causarle más temor, y más allá al riesgo de repetición luego, nos aventuramos a especificar algunos de los artículos de comportamiento que constituyen ser un ejemplo.
Regresamos a la conversación de Pablo con los ancianos efesios y lo encontramos cometiendo a ellos el siguiente cargo: «Ni la plata, ni el oro, ni la ropa de nadie he codiciado. Vosotros sabéis que estas manos me sirvieron para mis propias necesidades y las de los que estaban conmigo. En todo os mostré que así, trabajando, debéis ayudar a los débiles, y recordar las palabras del Señor Jesús, que dijo: “Más bienaventurado es dar que recibir.”» Hechos 20:33-35. Así que se les requiere a los ancianos, en adición a sus labores para la iglesia, el imitar el ejemplo de Pablo y, por diligente atención al trabajo, ayudar a los débiles y ejemplificar la bendición de dar. La importancia de esto se ve claramente en el hecho que ancianos deben enseñarles a los hermanos a practicar liberalidad y deben imponer la ley de Dios sobre los que codician. Ninguno de estos es practicable sin que ellos mismos pongan un ejemplo de liberalidad. También por esta razón, en sus instrucciones tanto para Timoteo como para Tito, Pablo prescribe que el anciano no debe ser «codicioso de torpes ganancias» (1 Timoteo 3:3 y Tito 1:7) y Pedro indica que deben supervisar «no por la avaricia del dinero, sino con sincero deseo». (1 Pedro 5:2 LBLA). Deben mantenerse libres de la apariencia de motivos sórdidos en su acción oficial al igual que en su negocio secular. Esto prohíbe hacer cualquier deber oficial con motivos de promocionar negocios de la empresa y de igual manera prohíbe negligencia del deber cuando la realización de ello involucraría una pérdida pecuniaria. Un anciano cuyo negocio secular depende de favor popular es tentado a ir en ambas direcciones. Debe mantenerse puro y por encima de toda sospecha.
En segundo lugar, al anciano se le requiere mantener una reputación intachable. 1 Timoteo 3:2; 1 Tito 1:7. Esto incluye mucho. No debe ser “obstinante”; pues esto estimula obstinación en aquellos con los que debe lidiar y les causa hablar mal de él. No debe ser “iracundo” por la misma razón. Y por la razón adicional que en el momento en que se enoja pierde todo su poder moral sobre los que busca influenciar. No debe ser “dado a la bebida”, pues es deshonroso y lo dejará impotente en sus esfuerzos por controlar al intemperante. Si el anciano bebe aún un poco, sus palabras serán como vientos vanos para aquellos que toman demasiado. Debe ser un “amante de lo bueno”, pues será juzgado por la compañía que mantiene. Debe ser “prudente”, no sea que su ligereza le quite peso; “justo”, no sea que se le sospeche de deshonestidad y parcialidad; “santo”, no sea que sus exhortaciones a la santidad parezcan ser canto de un hipócrita. Todas estas especificaciones, y más, las hacen los apóstoles y el anciano no debe contentarse ni por un momento si no las posee todas.
Si algún anciano al leer esto, tras hacer una examinación cuidadosa de su propia vida, encuentra que no da el ejemplo aquí descrito en buena medida, que renuncie de inmediato o cambie su vida. Es una cosa terrible ser puesto en una posición cuya naturaleza proclama a uno ser ejemplo a la iglesia de Dios, si el ejemplo realmente exhibido no es bueno. ¡Oh!, que el gran Pastor y Supervisor de todos guíe a todos los sub-pastores y les ayude a ir por delante de sus rebaños en el camino inerrante de la verdad y santidad.
CAPITULO 6:
CÓMO SER PASTORES
Los títulos aplicados a el ancianato están muy bien escogidos y constituyen una clasificación exhaustiva de sus deberes. Cuando los ancianos aprenden cómo ser pastores, cómo ser supervisores y cómo ser maestros, han aprendido a llevar a cabo todas las funciones de su oficio. Nos proponemos ahora a investigar cómo pueden realizar esos deberes que les pertenecen como pastores.
Todos los deberes de un pastor literal, como se entendía por la gente que dio a la palabra su significado religioso, se resumen en estos tres: 1. Asegurarse que las ovejas no se desvíen. 2. Guiarles al agua y pasto de día, y de vuelta al redil, según sea la necesidad, de noche. 3. Protegerles contra todo peligro de noche y de día. Los deberes pastorales, es decir de pastor, de el ancianato, como requieren la naturaleza del título pastor y los preceptos apostólicos, corresponden estrictamente a estos tres.
Primeramente entonces, con tal de ser un buen pastor, el anciano debe ejercitar el cuidado máximo para prevenir que ovejas individuales se descarríen del rebaño; y cuando uno, como a veces sucede, elude toda vigilancia y se descarría, el anciano debe ser pronto y energético en salir a buscarlo y traerlo de vuelta. Jesús, con referencia especial a su propio trabajo en buscar a las ovejas perdidas de la casa de Israel, bellamente ilustra este deber por medio de una parábola. Le dice a aquellos quienes le condenaron por recibir a pecadores, «¿Qué hombre de vosotros, si tiene cien ovejas y una de ellas se pierde, no deja las noventa y nueve en el campo y va tras la que está perdida hasta que la halla? Al encontrarla, la pone sobre sus hombros, gozoso; y cuando llega a su casa, reúne a los amigos y a los vecinos, diciéndoles: “Alegraos conmigo, porque he hallado mi oveja que se había perdido.” Os digo que de la misma manera, habrá más gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente que por noventa y nueve justos que no necesitan arrepentimiento» (Lucas 15:4-7). ¿Qué podría ser el significado de esta parábola a no ser de que cuando un discípulo se descarría del camino del deber, la primera obligación del pastor, elevándose por sobre toda otra obligación del momento hacia los hermanos fieles, es el ir, buscar y tratar de ganar de vuelta al que vaga? Debe dejar a las noventa y nueve, aún en el desierto, e ir. Si una congregación se juntara en el día del Señor para adorar y los ancianos, al mirar por las caras les faltara una, y averiguaran que estaba ausente por causa de compañía revoltosa, o en casa por un mal humor, o a punto de comenzar el día en una excursión de ocio, ¿se podría decir que están presionando esta parábola demasiado si uno de ellos inmediatamente dejara la casa de Dios y fuera por esa persona? ¡Cuánto gozo crearía entre los santos en la tierra y entre los ángeles en el cielo si tal cosa fuera hecha con éxito y a menudo! Si alguno, sin embargo, no quisiera presionar esta analogía a tal extremo, aun así debe admitir que la aproximación más cercana posible a este grado de vigilancia solamente puede plenamente satisfacer el deber del pastor.
Tales reflexiones lo hace muy doloroso mirar alrededor a la conocida condición de muchas congregaciones—las ovejas esparcidas a lo lejos por el desierto, y los pastores comiendo y bebiendo, o dormidos en el suelo. ¡Oh, que tuviéramos a Jeremías para que levantara su voz contra los pastores infieles del rebaño de Dios!
Si tal vigilancia como la que hemos nombrado se necesita en buscar a los que se descarrían del camino, ¿cuánto más es necesario para prevenir tal descarrío? El buen pastor trabajará por tener tan poco del trabajo previo como sea posible, haciendo más del último. Cuando la disposición de descarriarse se descubre, será pronto en contrarrestarlo. Todo esto requiere de una vigilancia constante e interés por parte del anciano, y consultas frecuentes por parte del consejo de ancianos. Hablaremos más plenamente del tema de los segundo en otro tiempo.
Segundo, ya hemos hablado suficientemente para el propósito de este tratado, sobre la segunda clase de deber pastoral. El guiar al rebaño donde ellos vayan, yendo por delante y llamándoles a seguir, es simplemente ser un ejemplo para el rebaño, como hemos dicho y tratado en reforzar en una previa sección.
Tercero, el deber de proteger a la iglesia contra enemigos tanto por dentro como por fuera, no tan sólo se implica en el título pastor, sino que es mandado específicamente por Pablo en un pasaje ya citado más de una vez. Les advierte a los ancianos efesios que lobos rapaces vendrían entre ellos, sin apiadarse del rebaño; y que cismáticos surgirían desde adentro, hablando cosas perversas para alejar a los discípulos a seguirles; y les dice, “Por lo tanto vigilen”. Deben vigilar, entonces, contra estos dos peligros, y esto hace a los ancianos los guardianes propios de la iglesia contra maestros falsos y cismáticos.
Con tal de cumplir fielmente con este deber, deben escrupulosamente evitar cualquier acción por su parte de innecesariamente agitarían facciones en la iglesia, y cuando encuentran cualquier hombre mostrando la disposición menor por crear facciones, deben ejercer sobre él cada buena influencia que pueda ser ideada para prevenir la maldad anticipada. También deben conocer a cada hombre que invitan o permiten hablar con la hermandad en sus reuniones. Deben negarle este privilegio a cada extraño que llega entre ellos sin recomendación alguna, y a cada hombre que saben ser un promovedor de disensión y maestro de doctrina falsa. Un lobo muy pequeño vestido de oveja puede dispersar un rebaño muy grande de ovejas, y un hombre débil tomando forma de aquel que predica mortalismo cristiano o universalismo a veces puede desafectar y arruinar a muchas almas; y un hombre que enseña nada falso, pero busca causar peleas y divisiones muchas veces puede causar más daño que un maestro falso. Con firmeza, pues, que no sabe ceder, sino que con precaución y prudencia que guarda contra juicio injusto, así debe vigilar el pastor la puerta que abre hacia su rebaño.
CAPITULO 7:
CÓMO SER SUPERVISORES
El término supervisor (obispo) es más genérico como título oficial que el término pastor, porque los deberes de un supervisor secular son más numerosos que aquellos de un pastor. El supervisor de una granja, de una fábrica, de una ciudad, de cualquier compañía de hombres, toma conciencia de todo lo que concierne el negocio de los hombres que están bajo su supervisión. Todo lo que concierne la iglesia, por lo tanto, como un cuerpo de discípulos, debe estar bajo el cuidado de los supervisores de ello, a menos que encontremos algunas limitaciones asignadas en la palabra de Dios. Si intentamos, sin embargo, discriminar entre esos deberes que le pertenecen a los supervisores y aquellos que les pertenecen a los mismos hombres en capacidad de pastores, podemos separar en pensamiento el primero del segundo. Omitiendo de nuestra vista, por lo tanto, todo lo que hemos incluido en el título de pastor, y reservando para su lugar apropiado todo lo que está incluido en la obra de enseñanza, intentaremos clasificar y considerar brevemente aquellos deberes que aún quedan para los ancianos como supervisores.
Cuando una iglesia actúa como cuerpo, normalmente debe hacerlo con los órganos apropiados. Hay pocos actos de la iglesia que son, o que pueden ser, llevados a cabo con la acción simultánea y equivalente de todos los miembros. Si oran, uno dirige y los demás se unen silenciosamente a las peticiones; si cantan, uno preside y los demás cantan al unísono con él; si parten el pan, uno da las gracias, otros pasan el pan, y todos comen; si alimentan al pobre, todos contribuyen y unos pocos distribuyen; si hablan como cuerpo a otras iglesias o al mundo, hablan por medio de un portavoz. En todo caso de acción de iglesia en el cual la iglesia entera no puede actuar, es necesario que actúe por medio de sus oficiales apropiados; y por consiguiente, que los supervisores de la iglesia deben tomar liderazgo en todas las acciones de este tipo, que no son asignadas exclusivamente a algún otro oficial. Entre estos deberes encontramos los siguientes:
Primero, a la iglesia se le ordena, «Pero que todo se haga decentemente y con orden». 1 Corintios 14:40. Este mandato necesariamente requiere que cada miembro haga con decencia y orden la parte que le es asignada; pero para que cada uno lo haga es necesario que alguien le asigne a cada cual su parte apropiada y que ejercite la supervisión que asegurará el orden requerido. Además, se requiere que alguien decida, donde los apóstoles no han prescrito algún orden, qué orden observar y qué constituirá la decencia de su cumplimiento. Sin duda la congregación misma es, dado la naturaleza del caso, la autoridad en estas cuestiones, pero la congregación debe tener una boca por la cual hablar, y un brazo con el cual hacer, y viendo que hay supervisores en la iglesia, esta labor naturalmente cae sobre ellos. El preservar, por lo tanto, el orden en la iglesia como la que han prescrito los apóstoles, o como la que la iglesia ha acordado tener, y el asegurar el decoro más alcanzable posible en todos los procedimientos públicos de la iglesia es una manera de actuar como supervisor.
Segundo, y muy parecido a lo anterior, se manda en referencia a la adoración pública, «Que todo se haga para edificación». 1 Corintios 14:26. Por las mismas razones como en el previo caso, debe caer sobre el supervisor el asegurarse de la observación práctica de este precepto. Por supuesto, no pueden asegurarlo sin una consideración apropiada por el precepto por parte de la congregación; pero aun cuando cada uno desea que todo se haga para edificación, el fin no siempre es lograble sin el gobierno y la dirección de alguno que posee juicio superior, y a quien por consentimiento común se le da el control general de los ejercicios públicos. Los supervisores, pues, por vigor de sus oficios, deben asegurarse que lo que se hace en la casa de adoración, incluyendo los cantos, las enseñanzas, las lenguas, las revelaciones y las interpretaciones (el apóstol enumera todas estas) serán ejecutadas para edificar al cuerpo. Esto requiere del mayor juicio bueno por su parte sobre qué será para edificación, de la delicadeza mayor en asesorar a los participantes, en los varios actos de adoración, para asegurar la conformidad deseada.
Tercero, a la iglesia se le requiere que se aleje de aquellos que caminan desordenadamente. 2 Tesalonicenses 3:6. En este acto de alejamiento y en los pasos que deben ser tomados previo a ello, los supervisores o gobernadores deben tomar la parte de liderazgo. Cuando un hermano peca contra otro y los pasos privados que prescribe el Salvador han sido tomados, la cuestión debe ser presentada a la iglesia, la iglesia debe hablar, y si el ofensor no escucha a la iglesia, debe ser tratado como un pagano y publicano. Mateo 18:15-17. Ahora, la iglesia puede escuchar acusaciones como cuerpo o escucharlas por medio de sus supervisores nombrados, pero cuando se emprende en persuadir, avisar y rogar al acusado, queda confinada al medio último, y por decencia y orden, también ha encontrado necesario escuchar las acusaciones por el mismo medio. Al supervisor, entonces, como el órgano apropiado por el cual la iglesia debe tomar acción, se le debe presentar toda acusación.
De nuevo, mientras que es el deber de los ancianos en su capacidad como pastores el buscar a todos los miembros que se desvían, y traerlos de vuelta si es posible, deben a veces fallar a su deber en este esfuerzo, y entonces comienza su deber como supervisores. Al que vaga se le encuentra incorregible y está caminando con desorden, a pesar de todos los esfuerzos apropiado por traerlo al arrepentimiento. La iglesia ahora debe alejarse de él como de aquellos que se rehúsan a escuchar a la iglesia, y sobre el supervisor cae el deber de ver que este alejamiento sucede.
Que sea observado aquí que el deber de alejarse de los desordenados no se le ha mandado a los supervisores, sino que a la iglesia en general, y los supervisores quedan conectados con ello como actores principales, por simple virtud de su relación oficial a la iglesia. Es un acto en el cual la iglesia entera puede participar, pero en el cual necesitan de un brazo y una boca. Que el cuerpo de la iglesia sí participó en la edad apostólica es evidente por las direcciones dadas a la iglesia en Corinto sobre el alejarse de un hombre incestuoso. Pablo dice, «Pues yo, por mi parte, aunque ausente en cuerpo pero presente en espíritu, como si estuviera presente, ya he juzgado al que cometió tal acción. En el nombre de nuestro Señor Jesús, cuando vosotros estéis reunidos, y yo con vosotros en espíritu, con el poder de nuestro Señor Jesús, entregad a ese tal a Satanás para la destrucción de su carne, a fin de que su espíritu sea salvo en el día del Señor Jesús». 1 Corintios 5:3-5. En este caso el castigo fue infligido por la mayoría, una minoría sin duda rehusándose, bajo la influencia de los enemigos de Pablo, a obedecer el mandamiento del apóstol. Los hechos, sin embargo, demuestran que la iglesia entera debe, en casos de exclusión, juntarse y de manera decente y ordenada, entregar al ofensor a Satanás.
CAPITULO 8:
CÓMO RETIRAR AL DESORDENADO
Hemos alcanzado la conclusión que en el acto de retirarse de un miembro desordenado, tanto el ancianato y la congregación como cuerpo debe participar. Ahora nos preguntamos qué parte en particular cada uno debe tomar. Aquí presentamos tres preguntas que cubren todo el terreno de la cuestión: 1. ¿Quién juzgará de los hechos? 2. ¿Quién juzgará de la ley en el caso? 3. ¿Quién ejecutará la sentencia de la ley?
Ningún escritor del Nuevo Testamento formalmente presentó alguna de estas preguntas, pero quedó suficiente en el record, creo, para determinar cuál era la práctica de las iglesias primitivas y cuál era la voluntad de los apóstoles. A los ancianos se les presenta como los pastores, supervisores y gobernantes de la iglesia, y estos títulos necesariamente implican que son los jueces designados de la conducta de los miembros. El pastor necesariamente debe tener conocimiento de la conducta de su rebaño y ser el más calificado para ser juez de ello, si es que está capacitado para ser pastor, que cualquier otra persona en el rebaño. El supervisor, por naturaleza de su oficio y trabajo, es un juez de los hechos en la conducta de aquellos bajo su supervisión. Y el gobernador que, como en este caso, no tiene autoridad legislativa, sino que tan sólo una autoridad ejecutiva concurrente, debe ser un gobernador principalmente en el sentido judicial del término. Agreguemos a estas consideraciones el hecho de la plena incapacidad de que una asamblea mixta de hombres, mujeres y niños haga decisiones sobre la disciplina de la iglesia, y nos vemos obligados a llegar a la conclusión de que los ancianos son los jueces de los hechos en cada caso.
La verdad de esta conclusión se confirma en experiencia. Donde casos de disciplina han sido examinados en la presencia de la asamblea entera y, tras presentar el testimonio, se les ha pedido a todos que voten sobre la cuestión, el resultado comúnmente ha sido confusión, pleitos y vergüenza, mientras que los fines de justicia rara la vez se logran. No hay ningún hombre sabio, por lo tanto, que no preferiría como jueces de alguna cuestión teniendo que ver con su reputación a un número pequeño de hombres cuidadosamente elegidos para el propósito más que un grupo misceláneo de gente. La sabiduría y experiencia del mundo está en acuerdo perfecto con la sabiduría de Dios al haber decidido que gobernantes elegidos serán los jueces sobre toda infracción de la ley.
¿Pero quién decidirá lo que la ley de Dios es en cada caso dado? Los apóstoles han respondido a esta pregunta al constituir a los ancianos como maestros de la iglesia. Ellos enseñan la ley de Dios y los miembros de la iglesia son sus estudiantes. La naturaleza misma de esta relación implica que los maestros les mostrarán a los estudiantes lo que es la voluntad de Cristo en cada circunstancia de la vida, y especialmente que cuando la ley es violada, tanto el precepto violado y el castigo acompañante será mostrado por ellos. Los ancianos, pues, en su capacidad como maestros, también son jueces de la ley en cada caso de desorden de conducta y es su deber mostrar la ley plenamente tanto al ofensor como a la congregación. Al ofensor mientras intenta recuperarlo, y a la congregación mientras intentan prepararles para retirar su compañerismo del que resulta ser irrecuperable.
Ahora suponemos que a un individuo se le ha encontrado culpable de una conducta desordenada y que persiste en ella a tal grado como para hacer que se necesario retirarse de él. La iglesia como un cuerpo, a modo que hemos visto, debe tomar parte en retirarse, bajo liderazgo de su ancianía. ¿Cuáles son los pasos exactos a tomar? Aquí las Escrituras callan y, por lo tanto, quedan a la discreción de cada iglesia las premisas. Cuando las Escrituras requieren que algo se haga y no prescriben ningún método para hacerlo, ese método que se encuentra más expedito es el que se debe adoptar. Este es el territorio apropiado para la eficiencia.
Ahora, el fin por lograr en el caso bajo consideración es la acción unida de los ancianos y discípulos en retirarse de una que se ha encontrado digno de exclusión de la iglesia. Cualquier método de procedimiento que asegura la armonía y concierto de acción en el caso debe ser pronunciado bueno. El método que ha sido adoptado en muchas iglesias bien reguladas, y la cual yo considero la mejor es la siguiente:
Los hechos del caso y la evidencia sobre la cual han sido acertadas son reportados por uno de los ancianos a nombre de todos. La ley de Cristo que ha sido violada se muestra y el deber de retirarse de las personas que persisten en violar esta ley se hace clara. Entonces se pregunta si hay una razón conocida a alguna persona de por qué la iglesia no debe retirarse de inmediato del ofensor. Se hace una pausa para permitir que cualquier persona hable que sepa o piense que sepa una razón para tal. Si alguno clama tener una razón, el caso se pospone de inmediato hasta que se pueda escuchar la razón y puede ser debidamente considerada por el ancianato, ellos siendo los jueces de su relevancia y suficiencia. Si no se ofrece ninguna razón o si, habiéndose ofrecido una razón que fue debidamente considerada y juzgada insuficiente, a la congregación entera se le pide que se ponga de pie y se una en el acto de retirarse. Si una mayoría de ellos lo hace, el anciano oficiando dice algunas palabras como las siguientes:
«En el nombre del Señor Jesucristo ahora solemnemente retiramos el compañerismo de esta congregación de __________, y humildemente le pedimos al Dios todopoderoso, nuestro Padre celestial, tener misericordia sobre él, que pueda ser traído al arrepentimiento y que su alma pueda ser salvado en el día del Señor Jesús. Amen.»
Decimos que la sentencia debe ser pronunciada, provisto que una mayoría de aquellos ensamblados tomen parte de ella, porque no puede ser propiamente considerado un acto de la iglesia si la mayoría se rehúsa a tomar parte. Tal negación, sin embargo, necesariamente debe ser una ocurrencia rara donde el ancianato tiene aún una medida pequeña de esa sabiduría y discreción que los debe caracterizar. En casi cada caso concebible, tal ancianía sabrá de antemano los sentimientos de la congregación y, o pospondrán la presentación del caso hasta que puedan instruir a los discípulos plenamente sobre el sujeto involucrado o concluirán, del predominio en la iglesia de una juicio adverso, que su propia decisión es de decoro dudable y que por eso la acción debe ser pospuesto indefinidamente. Tal cosa como una ruptura entre la iglesia y su ancianía es, por lo tanto, casi una imposibilidad, excepto donde los ancianos son tan incompetentes como para merecer un regaño o una derrota, o donde los miembros de la iglesia son tan corruptos que merecen el abandono de aquellos entre ellos que son verdaderamente fieles al Señor.
CAPITULO 9:
CÓMO SER MAESTROS
El primer requisito para enseñar es el poseer conocimiento. A menos que un hombre sepa algo que sus estudiantes no saben, no puede ser su maestro. Para ser maestros, pues, los ancianos deben ser diligentes en la adquisición de conocimiento de Escritura y en todo tiempo deben estar mejor informados en la Palabra de Dios que la mayor parte de la congregación. Decimos la mayor parte de la congregación porque es bastante posible que una congregación tenga individuos mejor familiarizados con las Escrituras que los ancianos, aun si éstos últimos sean maestros calificados.
La obra de enseñar lo deberes prácticos de la vida cristiana necesariamente implica exposición y reprimenda de tales prácticas y enseñanzas que son inconsistentes con estos deberes. Consecuentemente, Pablo dice que los ancianos deben poder tanto exhortar como convencer a antagonistas. Tito 1:9. Antagonistas son aquellos que hablan en contra de lo que se enseña. Se supone que deben ser accionados por algún deseo inapropiado en su antagonismo y se les debe exhortar a abandonar su camino. Si esta exhortación falla, no necesariamente deben ser convencidos, como dice la versión común, sino quedar como convictos; en otras palabras, que quede clara su maldad. Convencer a un antagonista puede ser una imposibilidad y, por lo tanto, mucho para pedir de un anciano, pero el convencer a la gente de la culpabilidad de uno es una tarea mucho más fácil. Esta dirección de los apóstoles indica una expectativa, que se encontrarán hombres en las iglesias que hablarían contra la enseñanza práctica de los ancianos, y necesitan ser exhortados y declarados culpables. Ninguna ancianía de experiencia ha fallado en encontrarse con estas personas. Se les encuentra especialmente entre apologéticos para varios vicios populares que son respetables a los ojos del mundo, y en los cuales discípulos mundanos siempre son tentados a participar.
De qué manera la enseñanza pública de el ancianato (en términos de llevarlo a cabo) puede ser más efectiva es un tema de inmenso interés para las iglesias de esta generación. Varios métodos, con varios grados de éxito, ahora están en uso activo. En algunas instancias, el ancianato no hace ningún intento de enseñar públicamente, y poco intento a enseñar en privado. Esta es una negligencia intolerable del deber, por lo cual los delincuentes eventualmente serán llamados a dar cuenta. Si la negligencia es resultado de la indiferencia, es un gran pecado; si es de incapacidad, una resignación del oficio debe tomar lugar de inmediato. En otras instancias, se contrata a un evangelista para enseñar y predicar en ciertos días del Señor cada mes, y el resto de las reuniones son dedicadas a la enseñanza de los ancianos, quienes imitan el tema y la técnica del evangelista tanto como puedan. En otros, toda la instrucción en el día del Señor es dada por un evangelista y una reunión especial se tiene durante la semana para edificación mutua y el prestar atención a la disciplina pública, en lo cual los ancianos son hablantes principales. En otros, uno de los ancianos, distinto de los otros por su habilidad superior para enseñar y predicar, ocupa el púlpito en el día del Señor mientras que los otros ancianos toman parte de las reuniones más privadas durante la semana. En aún otras instancias, especialmente entre las iglesias de Gran Bretaña y Australia, le reunión principal en el día del Señor se dedica a la enseñanza de los ancianos y a exhortación mutua por miembros bajo la dirección de los ancianos, mientras que el evangelista predica en otras horas del día del Señor, y en alguna otra noche de la semana.
Si calculamos los resultados de estos métodos, debemos confesar que hasta ahora han sido bastante escasos. Los esfuerzos de la mayoría de nuestros ancianos son tan poco instructivos y edificantes que ni siquiera los miembros de la iglesia atienden en buenos números cuando es esperado que uno de estos eventos ocuparán la hora. Así que hay una queja constante de que los miembros no vienen a la iglesia excepto cuando el predicador está presente. Repito, los esfuerzos de un gran número de evangelistas, aún aquellos con mucha experiencia, son bastante ineficientes en lo que constituye la instrucción de los hermanos en la vida cristiana, y el despertar de entusiasmo y escrupulosidad. Ciertamente es una cosa rara encontrar a un predicador que es capaz de hablar para la edificación de la misma congregación por una serie de años. Esto cuenta, en gran medida, por la migración frecuente de predicadores, de lugar en lugar. Una congregación casi nunca consentirá a la pérdida de un predicador que uniformemente les instruye y edifica en público, y cuyo comportamiento es enteramente estimable.
Si volvemos la mirada de la obra pública a la obra privada, encontramos que los resultados son aún más insatisfactorios. En la gran mayoría de nuestras congregaciones hay una ausencia casi entera de instrucción privada por los ancianos, o aún por el evangelista, a tal grado que los miembros de la iglesia dependen de su propia lectura y la prédica semanal o mensual para todo lo que conocen sobre la verdad y el deber. Gracias a la actividad y naturaleza barata de la prensa religiosa, la ignorancia resultante no es tan grande como podría ser, pero entre aquellos discípulos que tienen muy poca educación como para aprender rápidamente del material impreso y de las predicaciones, y entre aquellos demasiado absorbidos en otras cuestiones como para leer la Biblia o escuchar las predicaciones pensativamente, existe una ignorancia lamentable en referencia a algunos de los principios de piedad y moralidad.
CAPITULO 10:
EL MODO PRIMITIVO DE ENSEÑANZA
No tenemos tanta información en las Escrituras como quisiéramos sobre el modo primitivo de dirigir los cultos públicos de la iglesia. Aun así, algo tenemos y nos conviene aprovecharnos de ella y aprender todo lo que podemos.
En el décimo cuarto capítulo de 1 Corintios, Pablo le da instrucciones a la iglesia sobre el tema y concluye diciendo que «porque Dios no es Dios de confusión, sino de paz, como en todas las iglesias de los santos» (1 Corintios 14:33). Esta observación, teniendo en cuenta la conexión que mantiene, requiere la suposición que la misma forma de evitar confusión y de asegurar la paz que acaba de prescribir a los Corintios era el método establecido en todas las congregaciones. Esta conclusión es confirmada por la consideración que se supone que el apóstol no podría establecer, en diferentes congregaciones, métodos en gran grado muy diferentes a los demás.
Tras haber declarado el objeto triple del acto de profetizar, que contempla edificación, exhortación y consuelo; y tras haber mostrado la impropiedad del hablar en lenguas a menos de estar presente un intérprete, el apóstol procede de la siguiente manera: «¿Qué hay que hacer, pues, hermanos? Cuando os reunís, cada cual aporte salmo, enseñanza, revelación, lenguas o interpretación. Que todo se haga para edificación». La expresión “cada cual” no se debe tomar estrictamente, pues no es verdad que cada miembro tenía cada uno de los ejercicios enumerados sino que el apóstol quiere decir que tiene estos entre ellos: algunos uno, otros otro. Cantar, pues, para lo cual algunos tenían talento especial; enseñanza, para lo cual otros tenían excelencia y que aquí es usado como el equivalente de profecía; el hablar en lenguas, que le pertenecía aún a otro, constituían los ejercicios bajo consideración. Habiendo así declarado los diferentes ejercicios, el apóstol abandona el tema de cantos y procede a dar el modo apropiado de llevar a cabo el discurso público, tanto por lenguas y por profecía. Dice, «Si alguno habla en lenguas, que hablen dos, o a lo más tres, y por turno, y que uno interprete; pero si no hay intérprete, que guarde silencio en la iglesia». El significado de la expresión «que hablen dos, o a lo más tres» es que dos, o a lo más tres, hablen en una reunión, provisto que haya intérprete; de otra manera se les prohíbe hablar en la asamblea de los santos.
Avanzando, ahora a la otra clase de oradores, les da la misma instrucción en términos de número, diciendo «Y que dos o tres profetas hablen, y los demás juzguen. Pero si a otro que está sentado le es revelado algo, el primero calle. Porque todos podéis profetizar uno por uno, para que todos aprendan y todos sean exhortados».
De esto parece que, como en el caso del habar en lenguas, solo dos o tres profetas debían hablar en una reunión y que nadie había de ocupar el tiempo a exclusión de otro que quisiera hablar. Mientras hablaba uno, y cuando hubiera ocupado suficiente tiempo, el Espíritu movería a otra a hablar y, al dar esto conocer, el primero debe callar. Parece, también que la libertad de hablar en rotación se le extendía a todos aquellos que poseían el don profético. La expresión, «podéis profetizar uno por uno» significa no todos los miembros pero sí todos los profetas, pues tan sólo una parte de los miembros poseían el don de profecía. El juicio mencionado sin duda era la manera que aquellos profetas que escuchaban decidían sobre la realidad de la inspiración proclamada por el que hablaba.
De estas instrucciones determinamos el orden de ejercicios en las iglesias primitivas como lo siguiente:
Cuando había presente hermanos que podían hablar en lenguas, dos o tres de ellos hablarían, cada uno seguido por su intérprete; y después o antes que éstos, o tal vez intercalados con estos, dos o tres profetas hablarían, así haciendo de cuatro a ocho discursos en una reunión. Canciones también se introducían en tal cantidad y en tal momento que mejor promoverían edificación, y la Cena del Señor, junto con oraciones apropiadas, encontraban un lugar apropiado entre otros ejercicios. No necesitamos pausar para presentar al lector inteligente con evidencia sobre las reuniones previamente mencionados.
Tan gran variedad de ejercicios en una sola reunión impone la alternativa de prolongar la reunión a una larga duración o de grandemente abreviar cada ejercicio. Pero largas reuniones continuas nunca han sido, en ninguna era, encontradas provechosas, y por lo tanto la fuerte probabilidad es que los ejercicios individuales eran muy breves. Si cada uno de los discursos ocupaba diez minutos y los varios servicios conectados con la Cena del Señor media hora, estos juntos con cantos y oraciones sin duda prolongarían reuniones enteras a dos horas, la cantidad de tiempo que probablemente ocupaban.
En las iglesias primitivas, generalmente si no universalmente, los maestros poseían algún tipo de don espiritual impartido por la imposición de manos apostólicas. Es por esta razón que las instrucciones que tenemos son dadas en referencia al ejercicio de tales dones. Pero cuando estos dones terminaron, aquí no hay duda que el orden de los ejercicios instituido para aquellos bajo inspiración fue perpetuado por los maestros sin inspiración. Lo previo naturalmente sería la forma para los previos, y éstos argumentarían que si fue necesario que los maestros inspirados siguieran las instrucciones del apóstol, sería mucho más necesario que aquellos sin inspiración hicieran lo mismo. Una perpetuación de esta forma de llevar a cabo la adoración fue, por lo tanto, una necesidad siempre que los hombres fueran guiados por precedentes apostólicos.
Aunque lo de arriba era el orden prevalente en las iglesias primitivas, tenemos evidencia que a veces esto era interrumpido. Cuando Pablo se encontró con los hermanos en Troas, ocupó el tiempo entero de su reunión con una predicación larga y conversación subsecuente. Esto muestra que cuando la oportunidad surgía para más instrucción o edificación de lo que ofrecían los ejercicios regulares, la regla de hacer el mayor bien al mayor número de personas prevalecía y puede que esto justifique la apropiación de la hora más favorable de la semana para los labores de un evangelista.
La sabiduría de este método de comunicar instrucción pública a los discípulos es atestado por las experiencias del tiempo presente. Es casi universalmente admitido por aquellos que tienen la oportunidad de juzgar que reuniones de oración bien dirigidas, en las cuales canciones, oraciones y exhortaciones alternadas llenan el tiempo son más edificantes que la mayoría de reuniones para predicación; y que cuando un grande número de predicadores se juntan para alguna ocasión, se encuentra que reuniones para ejercicios sociales de este carácter resultan ser más devocionales que aquellos en el cual los predicadores más elocuentes ocupan la hora entera. ¿Porqué, pues, no deben las iglesias, bajo dirección de sus ancianos, depender más de tales reuniones y menos de la predicación? El no hacerlos es una desviación manifiesta de los precedentes apostólicos, y como todas las desviaciones del estándar original, da fruto malo. Iglesias que no pueden recibir predicación languidecen y mueren cuando, por este método, podrían estar llenos de vida y poder. Las iglesias son mucho más numerosas que los hombres que pueden hablar por una hora de edificación, y siempre lo serán en un cuerpo religioso que crece rápidamente. Si intentas corregir esta disparidad cesando la multiplicación de iglesias, el celo del cuerpo morirá y tampoco dará más predicadores. Nuestra única alternativa, por lo tanto, es regresar a la práctica primitiva. Permitir que los ancianos, en ausencia del evangelista, reúnan a la congregación cada día del Señor, y en vez de permitir que uno o dos ocupen el tiempo, utilizar de cuatro a seis ejercicios establecidos de la casa del Señor. Hay muchas otras consideraciones a favor de este método, pero no pausaré para enumerarlos.
CAPITULO 11:
LAS CALIFICACIONES DEL OFICIO
Las calificaciones para el oficio de un anciano todas las prescribe el apóstol Pablo en el tercer capítulo de 1 Timoteo y el primer capítulo de Tito. Se pueden distribuir en seis divisiones naturales y simplificará nuestra investigación el examinar estas divisiones por separado. Se distinguen en lo que se relatan, respectivamente, a experiencia, reputación, relaciones domésticas, carácter, hábitos y la habilidad de enseñar y gobernar. Las consideraremos en este orden.
1. Experiencia. Por esto queremos decir la experiencia en la vida de un cristiano. Pablo dice que un anciano no debe ser un converso nuevo, no sea que, envaneciéndose, caiga en la condenación del diablo. 1 Timoteo 3:6. La razón que aquí se da muestra que el oficio era uno de gran honor y responsabilidad; de otra manera, el ocupante de ello no incurriría ningún peligro de envanecerse. La condenación del diablo es la misma condenación en la que el diablo cayó, lo cual, de acuerdo al entendimiento de Pablo, resultó por causa del orgullo. Un converso nuevo tendrá más probabilidad de caer en este pecado que un cristiano con experiencia, porque más recientemente hubiera escapado del servicio habitual de Satanás y tendría menos poder para lograr resistir la tentación. Al asignar esta calificación el apóstol muestra lo importante que es que orgullo del oficio no caracterice el ancianato. Es la misma lección importante que le enseñó Jesús a los discípulos cuando dijo, “El que es mayor de vosotros, sea vuestro siervo.” Dentro de qué periodo después de su inmersión deja de ser un converso nuevo un hombre, aquí no se indica. Se le deja a la decisión de aquellos interesados en la selección y ordenación de ancianos. No es para nada difícil para hombres de sentido común el decidir cuáles miembros de dada iglesia son conversos nuevos, aunque sería difícil expresar la idea más definidamente de lo que lo expresa el apóstol.
2. Reputación. El bien que una iglesia es capaz de lograr en una comunidad depende mucho de su reputación y la reputación de la iglesia depende mucho sobre la de los hombres que la representan. Muy sabiamente, entonces, se le requiere a un anciano tener “buen testimonio con los de afuera, para que no caiga en descrédito y en lazo del diablo”. [sic. 1. Tito 3:7]* Si cayera en descrédito, no solo sería reprochada la iglesia junto con él, sino que también perdería su influencia sobre los miembros de la iglesia, y es difícil que el diablo construya una trampa más efectivamente atrape a su víctima que cuando trae reproche al anciano dentro de la iglesia. El anciano mismo junto con muchos miembros de su rebaño es expuesto a una ruina casi cierta en ese evento. Se puede encontrar a mucho hermanos quienes han sido atrapados en esta trampa y quienes ahora están separados de la iglesia o quienes miran y critican fríamente a aquellos que hacen la obra que ellos no lograron hacer. Esta calificación tiene una limitación necesaria. Cuando aquellos que están afuera son hombres que desprecian lo que es bueno y consideran de mala reputación al hombre que actúa de acuerdo a la voluntad de Cristo, no podemos considerar que el apóstol quiera decir que el anciano debe tener una buena reputación con ellos; ni, ciertamente, se refiere a hombres de ese tipo de carácter, sean muchos o pocos en la comunidad. Se refiere a hombres cuya opinión vale la pena considerar y quienes conocen los hábitos del anciano. Debe tener buena reputación con ellos referente a sus carácter moral y religioso.
Es rara la vez, según nuestra observación, que una iglesia ha sido tan irresponsable como para seleccionar a un hombre para el oficio de anciano que tiene deficiencia en esta calificación, pero muchas veces sucede que, en el curso de su carrera, un anciano cae en mala reputación, a veces injustamente, pero más frecuentemente, justamente. Muchas iglesias ahora languidecen bajo el íncubo de una Ancianía compuesta en parte por tal material, y nunca podrán florecer hasta ser liberados por la muerte o renuncia del partido desafortunado. Es demasiado peligroso, en tales casos, esperar hasta que la muerte traiga el alivio deseado, y renuncias voluntarias son las menos probables de ocurrir en justo ese tipo de hombres. Es el deber, por lo tanto, de todas iglesias que se ven así afligidas, el pedirle al partido renunciar el oficio. Es un deber de naturaleza muy delicada, que requiere de toda la sabiduría y prudencia del cual son capaces los hombres líderes de la iglesia, pero debe ser cumplido, a pesar de los peligros. Una conferencia de un número grande de los miembros más inteligentes y desinteresados, llevado a cabo de la manera más privada posible, y su decisión comunicada de la manera más considerada, siempre provocará los efectos deseados en un hombre cuyos sentimientos son delicados. Si en algún caso esto fallara, se debe recurrir a medios más abiertos y públicos, pues un anciano debe tener una reputación buena con aquellos que están afuera, y sobre la iglesia cae la responsabilidad de ver que ningún hombre queda en el oficio que no posea esta calificación.
3. Relaciones domésticas. Tanto a Timoteo como a Tito el apóstol prescribe que el supervisor debe ser marido de una mujer. Ha habido una vasta cantidad de disputa sobre si esto le requiere ser un hombre casado. Se alega, en oposición a esta idea, que cuando las iglesia fueron plantadas entre un pueblo que practicaba poligamia, frecuentemente serían inmersos hombres que tenían una pluralidad de esposas, y que el apóstol solo intentaba prohibir que tales hombres fueran hechos supervisores. Sin duda el uso del número uno en el texto conlleva esta importancia y sería ilícito poner a un polígamo o bígamo en el oficio. Pero aunque la expresión tiene esta importancia, pensamos que franqueza requiere de la admisión de que también tiene el efecto de requerir que un hombre sea un hombre casado. Que sea el marido de una mujer prohíbe tener menos que una tan claramente como prohíbe tener más de una. Si fuese dicho que un hombre es dueño de solo una granja, se implica igual de claramente que es dueño de una como indica que no es dueño de más de una. Además el contexto confirma la conclusión, pues el apóstol prosigue en ambas cartas a decir cómo el supervisor debe gobernar su casa y especialmente sus hijo, cuyas declaraciones implican que debe ser un hombre de familia.Se ha presentado como objeción a esta declaración que descartaría a Pablo mismo, y a Bernabé y Timoteo para el oficio de anciano aunque ellos mantenían oficios o posiciones de mucha más responsabilidad. Pero esta objeción no puede tener influencia a menos que se haga parecer que estos hermanos estaban calificados para el oficio de anciano o que las calificaciones de un apóstol o evangelista incluyen aquellos de un anciano. Ninguno de los dos, sin embargo, se pueden demostrar y por lo tanto la objeción no tiene fuerza alguna. En efecto, parece más apropiado que los hombres cuya obra principal los llevó de ciudad en ciudad y nación en nación, por todo tipo de peligro y dificultad, fuesen librados del cuidado de una familia, e igualmente apropiado que el pastor cuyo trabajo siempre era en casa y entre las familias de su rebaño fuese un hombre de familia. Un hombre casado ciertamente posee ventajas para tal obra que son imposibles para un hombre soltero, y la experiencia del mundo debe confirmar la sabiduría de requerir que el supervisor sea marido de una sola mujer. Probablemente sea bueno agregar que una esposa viva es lo que se quiere decir y que no hay alusión a la cantidad de esposas difuntas que pueda tener. Si mi esposa ha fallecido, yo ya no soy su esposo.
También se requiere que el candidato para el ancianato “gobierne bien su casa, que tenga sus hijos en sujeción con toda honestidad” o, como se expresa en Tito, “que tenga hijos fieles que no estén acusados de disolución, o contumaces”. La razón ofrecida para este requerimiento es esta: “porque el que no sabe gobernar su casa, ¿cómo cuidará de la iglesia de Dios?” La figura de interrogación aquí se emplea para poder acertar, de manera muy enfática, que si un hombre no sabe gobernar su propia casa no podrá cuidar de la Iglesia de Dios—será incompetente como supervisor. Es enteramente vano que hombres no inspirados objeten contra una decisión tan enfáticamente presentada por un apóstol; por lo tanto lo aceptamos sin argumentar.
4. Carácter. Los rasgos de carácter prescritos para un anciano son numerosos, y cuando se consideran en conjunto presentan una combinación poco común. El primero de estos en orden lógico y el primero mencionado en ambas cartas que tratan el tema, es el ser irreprensible. Cuando se dice que un supervisor debe ser irreprensible, por necesidad debemos entender el término de mantera comparativa, no absoluta. Esta necesidad surge del hecho reconocido y enfatizado por los apóstoles, que ningún hombre es del todo intachable cuando su carácter está en comparación con los caracteres de otros hombres buenos. El apóstol parece tener su enfoque en la contraparte de la buena reputación que ya hemos mencionado. Si se sabe que un hombre que tiene buena reputación entre aquellos que están afuera tiene un carácter correspondiente, es irreprensible en el único sentido en el cual hombres en la carne pueden ser irreprensibles. Además podemos comentar que esta calificación, por el mismo hecho de ser comparativo, debe admitir varios grados, y que algunos Ancianos calificados pueden ser más irreprensibles que otros. El grado al cual sea requisito para elegibilidad, a fin de cuentas, debe ser determinado por aquellos a quienes les concierne la selección y ordenación del anciano. Ser irreprensible simplemente es ser libre de fallas. No contento con esta prohibición general, el apóstol procede a especificar algunas fallas que es muy importante que el supervisor evite. No debe ser codicioso. Ya hemos hablado de la importancia de esta prohibición, al hablar sobre el ejemplo que deben dar los ancianos ante sus hermanos. Una ancianía codiciosa provocará una iglesia codiciosa, y una iglesia codiciosa es una iglesia muerta.
Tal como el anciano no debe ser codicioso, así, de acuerdo a la lectura de nuestra versión común “no codicioso de ganancias deshonestas”. El adjetivo griego, del cual esta expresión es traducción, es aischrokerdos, compuesto de aischros, bajo, y kerdos, ganancia. Hay una ligera diferencia de opinión sobre su significado. Algunos críticos lo traducen, “codicioso de ganancia” y algunos, “ganar dinero por medios bajos”. Los últimos tienen entendido que el apóstol está prohibiendo negocios de mala reputación; y los primeros tienen entendido que prohíbe la codicia por ganancia que llevaría a tal tipo de negocio. Por ambas traducciones, una ocupación de mala reputación es prohíbe—tal como, por ejemplo, ser distribuidor de bebidas embriagadoras, comercio de jinete, criar animales para uso deportivo, rentar propiedad para usos inapropiados, y cosas parecidas, en ninguna de la cual puede ocuparse un hombre a menos que su codicia por ganancia abruma su cuidado de la salud de la comunidad. Cualquier otro curso de vida por el cual un hombre muestra una codicia excesiva sin duda también es prohibido.
El apóstol también especifica entre las fallas prohibidas, la obstinación. El anciano no debe ser obstinado. Ningún hombre es digno de un oficio junto con otros hombres si no está contento de ceder su propia voluntad a la de uno de sus compañeros. Ni tampoco es capaz de ejercer autoridad moral sobre una comunidad quien posee un hierro que nunca se dobla a los deseos de otros. Hablamos ahora de cuestiones que están sujetas a la voluntad del hombre, no a aquellos en las cuales la voluntad de Dios ha sido declarada. Dentro de los límites del último no hay espacio para la voluntad humana—solo debe someterse.
En tercer lugar, el supervisor debe evitar todo lo que perturbaría la paz de la iglesia. No debe ser un “pendenciero”, ni alborotador, ni aún enojarse rápidamente, sino que en oposición a todas estas debe ser temperado y paciente. Tendrá ocasiones frecuentes para la prueba de su paciencia, si hace esfuerzos vigorosos por llevar a cabo sus deberes; y a menos que se encuentre muy bien suplido de ello, aunque no caiga en pendencias ni alborotos, sí llegará a estar malhumorado y desanimado. Nada se ha dicho con más sabiduría a que él debe ser paciente.
Aparte de las calificaciones negativas, o rasgos de carácter que un supervisor no debe poseer, el apóstol nombra un número de elementos positivos de carácter. Debe ser “justo”, pues es un funcionario judicial de la iglesia; debe ser “sobrio”, o de mente sobria, pues levedad, lo cual la sobriedad prohíbe, argumenta una falta de piedad; debe ser “hospedador”, pues de otra manera estará privado de aquella compasión que es necesaria para asegurar el afecto de otros; debe ser “amante de lo bueno”, pues todo buen hombre muestra amor hacia otros hombres buenos; debe ser “santo”, pues ha sido separado para un oficio santo, y sus actos oficiales de preocupación son las relaciones más santas que unen los hombres el uno al otro y a su Dios.
5. Hábitos. Los hábitos de un hombre salen de su carácter, pero también reaccionan con su carácter, tendiendo a constantemente hacerlo mejor o peor. Un hábito de vigilancia o atención se le ordena al Anciano, porque sin ello muchas cosas perjudiciales a la congregación se escaparían de su atención. Una falta de este hábito es una falla muy común. Mientras que el supervisor debe estar mucho más informado sobre la condición de los miembros de la iglesia que cualquier otra persona en él o fuera de él, muchas veces es el caso que, por simple falta de atención, él es el último en aprender sobre lo que está sucediendo. Un hábito de atención en cuestiones de negocios deberá seguir a un hombre al oficio de supervisor; y por ende, la importancia de requerirlo como condición de elegibilidad. No es más importante que el supervisor sea atento, sino que evito los únicos otros hábitos mencionados por el apóstol, y que no esté implicadas en las calificaciones ya habladas. No debe ser “dado a mucho vino”. No es simplemente la borrachera que se prohíbe aquí; si lo fuera, sin duda hubiera aparecido la palabra apropiada para la expresión de esa idea. Y tampoco está la idea de mucho en el original. El término es paroinon, por vino, que simplemente quiere decir, dado al vino. Sin duda contempla al hombre que es dado a un uso más liberado del vino de lo que se acostumbraba entre la gente estrictamente sobria, aunque puede que nunca llegara a estar intoxicado.
Ahora hemos repasado rápidamente la combinación poco común de las características y hábitos morales que deben caracterizar al supervisor, y próximamente hablaremos las calificaciones intelectuales que son necesarias para su utilidad como maestro.
CAPITULO 12:
CALIFICACIONES INTELECTUALES
Mientras que los rasgos de carácter morales y religiosos que requiere el oficio de Anciano son numerosos, y algunos de ellos los demanda el apóstol con gran énfasis, solo una calificación de carácter intelectual se menciona, y esta se expresa en términos generales. Este hecho significativo nos amonesta a no ajustar incorrectamente el balance divino, dándole más importancia a aquello que la Escritura le da menor importancia.
Esta única calificación intelectual se representa en la epístola a Timoteo por la expresión “apto a enseñar”. El griego para esta expresión es didaktikos, lo cual yo prefiero traducir “capaz de enseñar”. El Anciano, pues, debe ser capaz de enseñar; pero esta expresión representa una cantidad variable. Uno podría ser capaz de enseñar a algunas personas y ser completamente incapaz de enseñar a otros. Llega a ser una cuestión de necesidad, entonces, que antes de formar un juicio sobre si un hombre posee esta calificación en el grado necesario, que debamos saber a quién ha de enseñar. Una persona capaz de enseñar a niños puede ser incapaz de enseñar a adultos, de la misma manera que uno que es capaz de enseñar en un colegio puede que sea incapaz de enseñar en una universidad. Así que un Anciano puede ser capaz de enseñar a una congregación en una comunidad, y no a otra cercana. ¿Cuál es el estándar, entonces, por el cual cada candidato individual para el ancianato debe ser juzgado en este respecto? Sin duda se encuentra en los logros de la congregación que debe enseñar. Él será su maestro, y solo de ellos; por consecuente, si es capaz de enseñarles, tiene la capacidad requeridas por las Escrituras. Por esto parece que Ancianos apropiadamente calificados pueden poseer la capacidad de enseñanza en tan gran variedad de grados como lo que caracteriza los logros intelectuales y religiosos de las varias congregaciones. Además, debe ser evidente que cada congregación individual es el mejor juez de la capacidad de un Anciano para ser su maestro. Siempre que reciban enseñanzas del Anciano, y estén satisfechos con él, está calificado según las Escrituras de enseñar a la congregación. Sin embargo, puede que caiga por debajo de otro Anciano en alguna otra congregación.
Pero esta capacidad de enseñar tiene una dirección especial otorgada en la epístola de Tito. Ahí dice que el Anciano debe ser “retenedor de la palabra fiel tal como ha sido enseñada, para que también pueda exhortar con sana enseñanza y convencer a los que contradicen”. Aquí, tanto la fuente de su información como uno de los objetos específicos de su enseñanza son mencionadas. El objetivo específico es de exhortar y condenar al que contradice—exhortarle hasta que falle la exhortación, y luego condenarlo ante la congregación como personas corruptas que se oponen a la verdad. Por supuesto, este es solo uno de los objetivos de la enseñanza, y se mencionan en este lugar porque las congregaciones nuevas en Creta estaban, en ese tiempo, infestadas con “habladores de vanidades y engañadores”. La fuente de información que debía usar los Ancianos para silenciar a estos hombres no era filosofía, en lo cual estos primeros se jactaban, sino la fiel palabra que ya se había enseñado. Se les requiere a los Ancianos retener esta “palabra fiel” y, por consecuencia, condenar todo lo que esta no autoriza. Un “así dice el Señor” debía ser el referente de cada doctrina y cada práctica que podría introducir un judío o un gentil, y por lo tanto, con “sana enseñanza”, lo Ancianos debían detener las bocas de cualquiera en su congregación que estuviera enseñando lo que no debía enseñar.
Es una pregunta antigua, tan antigua, por lo menos, como el presbiterianismo, la pregunta de si la capacidad de enseñar debe caracterizar a cada candidato elegible para el ancianato. La teoría presbiteriana requiere un Anciano maestro y una pluralidad de Ancianos que gobiernan en cada congregación, y afirman que encuentran la autoridad para esta distinción en las palabras bien conocidas de Pablo: “Los ancianos que gobiernan bien, sean tenidos por dignos de doble honor, mayormente los que trabajan en predicar y enseñar”. Tras todo lo que ha sido dicho y escrito sobre este pasaje, pensamos que honestidad seguramente requiere la admisión que hay algunos Ancianos que no trabajaban en palabra y enseñanza. Cada intento que hemos visto de poner de lado esta inferencia obvia de las palabras es un mero subterfugio como aquellos tan frecuentemente adoptados para oscurecer las declaraciones sencillas de las Escrituras en referencia al bautismo. Lidiemos justamente con nuestras mentes, y las Escrituras más fácilmente nos entregarán su significado.
Pero, mientras que estamos obligados por el significado obvio de palabras sencillas a admitir que hubo Ancianos en las iglesias primitivas que no hacían labor en la palabra y enseñanza—esto es, que no predicaban ni enseñaban públicamente, en ninguna manera nos vemos obligados a admitir que era porque eran incapaces de enseñar. Capacidad de enseñar siendo una calificación prescrita para el ancianato, no podemos suponer que se pasaba por alto al seleccionar a Ancianos, a menos que fuera en congregaciones sin instrucción. Pero Pablo no mención a los “Ancianos que gobiernan bien” con tal de indicar que el nombramiento era irregular. Hay otra manera de contar por la distinción hecha sin suponer una violación de la ley; y esta es, que aunque todos los Ancianos eran capaces de enseñar, algunos tenían más capacidad que otros, y que el peso de esta obra por eso se le asignaba a ellos por consentimiento mutuo. Donde un número de hombres se asocian en un oficio con deberes múltiples, es el caso casi invariablemente que algunos se adaptan mejor a un deber, y que otros encuentran otro; y con tal de lograr la mejor eficacia del cuerpo, necesariamente deben adoptar una división de labores correspondiente. Es natural, entonces, si no inevitable, que en el consejo trabajador de Ancianos, que algunos hagan poco más que gobernar, y que otros hagan poco más que enseñar y predicar. Juntos, son responsables por enseñar y gobernar; entre ellos mismos, se deben dividir las labores de tal manera que logrará los mejores resultados. El mejor gobierno que puedan ejercer juntos, y la mejor instrucción que puedan impartir juntos es lo que el Señor requiere de sus manos.
Algunas de las congregaciones cristianas del día presente están usando el plan que aquí se indica. Tienen un consejo de Ancianos, de los cuales todos son capaces de enseñar y uno de los cuales es un predicador. El segundo proclama el evangelio al mundo en la asamblea pública y toma parte en dirigir la instrucción de la congregación. Le dedica todo su tiempo a la obra y vive en el evangelio del cual predica. Los otros toman una parte secundaria en la enseñanza y comparten por completo la responsabilidad de gobernar. Solo le dedican una porción de su tiempo a la obra, y le dan, como Ancianos de la iglesia en Éfeso, gratuitamente. Hechos 20:34-35. Esto es Escritural y sabio.
En un número más grande de congregaciones, se le pide a un evangelista que venga a ayudar a el ancianato. Predica y toma la parte principal en la enseñanza, mientras que los Ancianos toman una parte secundaria en la enseñanza, y control supremo en gobernar, haciendo uso, sin embargo, de cualquier sabiduría y experiencia que pueda poseer el evangelista para ayudarles. Esto también pronunciamos Escritural; pues en esta capacidad trabajó Timoteo entre los Ancianos en Éfeso, y Epafrodito entre aquellos en Filipos. Hechos 20:17, y comparar con 1 Timoteo 1:3; Filipenses 1:1, y comparar con 2:25-30.
Pero, aparte de estos, debemos reconocer que hay muchas congregaciones entre nosotros con Ancianos en el oficio que no enseñan, y quienes son incapaces de enseñar. Todo tal inmediatamente debe hacer una de dos cosas—o renunciar a su oficio, o ejercer sus poderes latentes y comprobarse capaces de enseñar, por lo tanto estar calificados para el oficio. Sin embargo, todas las congregaciones deben ser enseñadas, por los evangelistas quienes las han formado, a elegir para el oficio solo a hombres que son capaces de enseñar, y todos los evangelistas deben tener cuidado de solo ordenar al oficio a hombres así. En esta manera, los males presentes pueden ser corregidos gradualmente, y una repetición de ellos en el futuro pueden ser evitados.
CAPITULO 13:
PLURALIDAD DE ANCIANOS
No hay propuesta en referencia a la organización de las iglesias primitivas en la cual los eruditos y críticos están más de acuerdo que aquella que cada iglesia completamente organizada tenía una pluralidad de Ancianos. Es tan casi universal esta concordancia que un hombre revela un juicio desbalanceado o una falta de información si niega esta propuesta. Tal concordancia no podría existir bien sin un fundamento en declaraciones de la Escritura tan claras que no dejan lugar a dudas. Notaremos algunas de estas.
En primer lugar, después de que Pablo y Bernabé hubieron pasado por Antioquía, Iconio, Listra y Derbe, y establecido una iglesia en cada una, regresaron por estas mismas ciudades y Lucas dice: “Y constituyeron ancianos en cada iglesia, y habiendo orado con ayunos, los encomendaron al Señor en quien habían creído.” Hechos 14:23. De esto, parece que ordenaron Ancianos en cada iglesia que plantaron en este viaje. Encontramos, también, que la iglesia en Éfeso tenía una pluralidad de Ancianos, también llamados supervisores*; Hechos 20:17-28; que lo mismo era verdad de la iglesia en Filipos, Filipenses 1:1; y que Tito fue dejado en Creta para ordenar Anciano en cada ciudad, lo cual es equivalente a ordenarlos en cada iglesia, porque cada ciudad solo tenía una iglesia.
Ahora estamos conscientes de que, en ciertos tiempos, escritores excéntricos han intentado poner en duda estas declaraciones. Se ha presumido que hay una pluralidad de congregaciones en Éfeso, Filipo y las ciudades de Creta, y que cada Anciano único por congregación, junto con los de otras congregaciones, constaban de una pluralidad. Pero esta suposición no tiene ningún fundamento en la Escritura, y está en conflicto directo con la historia no inspirada más temprana, la cual representa tan solo un cuerpo organizado de creyentes que existían en una ciudad. Es verdad que en estas ciudades, los discípulos muchas veces tenían varios lugares en dónde juntarse, pero no hay evidencia de organizaciones separadas e independientes. La suposición en duda también está en conflicto con la declaración positiva que Pablo y Bernabé ordenaron Ancianos en cada iglesia. Lo que hicieron en un distrito, hicieron en todas; pues no tenían más que un solo evangelio que predicar, y no más que un sistema de gobierno y orden para establecer a través del reino terrenal de Dios.
Hay evidencia abundante que esta pluralidad de Ancianos en cada congregación continuó después de que cerró la historia Apostólica, y que existió en algunas iglesias cuya organización no se menciona mucho en estas Escrituras. Por ejemplo, no se dice nada en el Nuevo Testamento de el ancianato en Corinto, pero la epístola de la iglesia en Roma a la iglesia en Corinto, comúnmente conocida como la epístola de Clemente, escrito más o menos al cerrar del primer siglo, comprueba que hubo una pluralidad de Ancianos en Corinto. El escritor le dice a los Corintios, “Es una lástima, y poco digno de su profesión cristiana, escuchar que la iglesia tan más firme y antigua de los corintios fuese, por una o dos personas, llevado a sedición contra sus Ancianos.” La epístola de Policarpo a los filipenses, escrito en la parte temprana del segundo siglo, muestra que el ancianato continuó en Filipos tal y como lo dejó Pablo, y que había una Ancianía parecida en Esmirna, de donde fue escrita la epístola, pues Policarpo escribe en su propio nombre y “los Ancianos que están con él”, y les da consejo a los Ancianos en Filipos sobre el desempeño de sus deberes oficiales. Dice, “Que los Ancianos sean compasivos y misericordiosos hacia todos, haciéndolos volver de sus errores, buscando a los débiles, no olvidando a las viudas, los huérfanos y los pobres, pero siempre proveyendo lo está bien a los ojos de Dios y el hombre”. Pero no se necesita multiplicar evidencias de un hecho que ya está establecido a la satisfacción de mentes sinceras. Procedemos, pues, a la consideración de otro punto de vista excéntrico del mismo tema. A veces se argumenta que la pluralidad de Ancianos encontrados en las iglesias primitivas se puede explicar con el hecho que los dones del Espíritu causaron que esas iglesias abundaran con hombres que poseían las calificaciones apropiadas; pero que no debemos esperar que iglesias modernas, a las cuales les faltan estos dones, posean una pluralidad de miembros tan calificados. Por lo tanto, se concluye que iglesias modernas no necesitan una pluralidad de Ancianos.
Ahora, libremente admitimos que encontramos iglesias en el presente sin una pluralidad de miembros calificados para el ancianato; y algunos, talvez, sin aún un solo miembro calificado. Y admitimos que tales iglesias no necesitan tener una pluralidad de Ancianos, ni aún tener Ancianos. Ciertamente, no deben tener ninguno hasta que puedan tener más de uno que esté calificado. Pero esta admisión, que es requerida por el caso, de ninguna manera excusa a ninguna iglesia de establecer un orden de gobierno de iglesia enteramente diferente de la que fue establecida por los apóstoles; y especialmente no excusa a tales iglesias que tienen miembros calificados que se nieguen a llamarlos al oficio.
El argumento en juego también está basado en premisas supuestas indebidamente. No es verdad que los dones del Espíritu Santo calificaban a hombres para el oficio de Anciano, excepto en la única instancia de impartir a ellos la información necesaria para enseñanza y gobierno. No les daban a los hombres las calificaciones morales, sociales y domésticas que prescribe el Apóstol. En efecto, si dones milagrosos hubieran suplido las calificaciones requeridas, no habría necesidad de prescribirlas con tanto cuidad; solo sería necesario decirle a Timoteo y Tito, “Ordenen a hombres llenos del Espíritu Santo.”
Es verdad que Pablo y Bernabé encontraron una pluralidad de hombres calificados en las iglesias de Asia Menor, en un tiempo comparativamente corta después de que estas iglesias habían sido plantadas, probablemente in unos dos o tres años, cuatro años siendo pasados en su primer tur misionero. Pero se debe recordar que en todas las sinagogas judías, las cuales formaron el punto de inicio de las iglesias cristianas, ya habían hombres con oficios casi idénticos a los de el ancianato cristiana, y que cuando estos hombres sabios llegaron a la iglesia, como lo hizo Crispo, el gobernador principal de la sinagoga en Corinto, que trajeron todas sus calificaciones y experiencia con ellos. Además, otros judíos de edad, piadosos y con experiencia que no estaban en el oficio, también fueron encontrados con la capacidad de llenar el oficio de Ancianos tan pronto como habían recibido el evangelio. Y gentiles quienes, como Cornelio y el centurión de Capernaúm, habían llegado a ser adoradores devotos de Dios por medio de la influencia judía, poseían todas las calificaciones para el oficio tan pronto como fueron establecidos como miembros de la iglesia. Estos hechos son suficientes para explicar la ordenación de Ancianos en las iglesias tan nuevas, sin suponer el hecho imaginario que las calificaciones del oficio fueron impartidas por otorgación milagrosa. Las calificaciones intelectuales, las cuales fueron las únicas impartidas, fueron en ese entonces (y aún lo son ahora), las calificaciones más fácilmente encontradas. Puedo pasar por las iglesias hoy día y señalar a dos hombres, a estimación módica, con suficiente mente y talento para hablar como para ser Ancianos, donde se puede encontrar a alguien con todas las otras calificaciones prescritas.
Concluimos, pues, que al igual que las iglesias primitivas que tuviesen Ancianos, tuvieron una pluralidad de ellos, así debería ser hoy; y que cualquier iglesia que se aleja de esta regla se aleja del único modelo de organización de iglesia que Dios ha dado. Hasta que fuera ordenada una pluralidad de Ancianos, las iglesias primitivas hacían lo mejor que podían sin Ancianos. Así sea ahora, y que Dios nos bendiga en seguir según nos guía su palabra.